¿Por qué votamos? Las causales son sociológicamente variables, los vínculos entre votante y candidato son absurdos. ¿Cómo logran los que nos representan transformar nuestra indiferencia en voto y luego en mayoría: con transacciones mercuriales, con estrategias mercadológicas, con la inyección de ideologías?
¿Quién diseña los patrones para dar los cortes a la competencia partidista? Fuera de la producción literaria al respecto existen cuadernillos escritos a mano por creadores de imagen, que cobran enormes sumas de dinero para sembrar percepciones y cimentar la visión clientelar y el personalismo mesiánico en los corrillos de los partidos latinoamericanos.
¿Desde cuándo se estudia el comportamiento de los votantes o electores? Las primeras elecciones de las que se tiene noticias, se remontan a los siglos XVIII y XIX, en el Reino Unido y Estados Unidos, desde entonces se somete a estudio el comportamiento del votante, en que se afianza la tarea de estudiar científicamente (en la época moderna) el comportamiento de los electores o votantes.
En las escuelas de Columbia y Michigan se encargaron de los estudios sociológicos y psicológicos, respectivamente, de la tendencia del voto, dependiendo del comportamiento racional del votante, esto ocurrió en las décadas de los 40s y los 50s, momento histórico que podemos denominar la época moderna del estudio de la racionalidad del voto.
Nació la investigación basada en la teoría estadística del muestreo para alcanzar cierto nivel de análisis del comportamiento agregado de los electores. Luego el estudio indicado precedentemente, enfiló cañones hacia el comportamiento individual del votante. (subráyese estas dos categorías: a) comportamiento agregado de los electores; b) comportamiento individual del votante).
Para el estudio sociológico para determinar las preferencias políticas, incidieron o se tomaron en consideración, las tipicidades sociales de mayor presencia: oficios, creencias religiosas, raza (o clase social), y para la psicología, se tomó en cuenta la vinculación de los votantes con el partido en el aspecto psicológico, cual si fuese una vinculación religiosa, asimilada o inculcada desde la infancia, afinidad que difícilmente se cambie durante toda la vida y que era usada para tamizar toda la información política que pudiere llegar al votante así alienado o formado.
Ambas corrientes de interpretación (sociológica y psicológica) en principio, entendieron el “comportamiento del votante” o “acto de votar” como un comportamiento fundado en la racionalidad, omitiendo la posibilidad de que el votante ejerciera esa prerrogativa ciudadana de manera irracional.
En ese tramo de la historia electoral, en Estados Unidos, la sociología trataba de entender los fenómenos políticos y las motivaciones del votante. También la psicología, trató de aplicar la teoría del conductismo, apuntalado toda una trinchera de investigación, que se iniciaba a partir del comportamiento perceptible del ser humano en su condición de elector (votante), procuraba razonar qué motivaba la actuación del votante, y llevó ese comportamiento del elector a los circuitos del estudio sistematizado que permitía cuantificar lo observado, para establecer cotejos y poder emitir los correspondientes juicios valorativos. Partiendo de lo individual a lo colectivo, tratar de explicar el accionar escrutando los estímulos y las respuestas a estos.
Mientras que la orientación psicológica influía como variable de fundamentos subjetivos en las indicaciones valorativas que emplean los concurrentes a los torneos electivos, partiendo de aspectos muy diversos, tales como el nivel de liderazgo del candidato a elegir, las maniobras de los partidos, el papel de la opinión pública como parte de la superestructura ideológica para atraer al electorado y la constancia de contendor dentro del sistema de partidos como estímulos para concretar las preferencias de los votantes.
En fin, votar, muchas veces es: poner a prueba el deseo instintivo de ganar, saber por qué ni a quién le ganamos, sin poder explicar racionalmente los beneficios del triunfo, ni para qué sirve amontonar todos los pequeños rencores y echarlos por la cuneta de un proceso electoral.