La destrucción creativa, un concepto acuñado por Joseph Schumpeter, describe el proceso por el cual la innovación y los cambios radicales reemplazan las estructuras anticuadas, impulsando el progreso. Aunque originalmente aplicado a la economía, su impacto en la política es igual de profundo e importante.
La política, como todo sistema dialéctico, es dinámica, cambiante y, en consecuencia, está sujeta a transformaciones que pueden, eventualmente, interpretarse como una forma de destrucción creativa. Los cambios de dirección en el Estado o en las instituciones políticas se generan en la inevitable evolución de las ideologías, en los intereses que se fomentan alrededor del poder, en las distintas formas mediante las cuales se exigen los espacios en los momentos en los que lo viejo es sustituido por lo nuevo, generando crisis y también oportunidades.
En el ambiente político, la ‘destrucción creativa’ sale a flote, se muestra en los movimientos renovadores que surgen dentro de las instituciones, y deviene en disolución de estructuras que han perdido su preeminencia por culpa de la velocidad con que se producen los cambios sociales como consecuencia de la digitalización del conocimiento y el fácil acceso de cualquier hijo de buen vecino a las redes sociales, es decir, la velocidad de los cambios tecnológicos altera la forma en que se ejercen los liderazgos y el poder.
Aquella vetusta teoría de que la acumulación de cambios cuantitativos daba como resultado el cambio cualitativo, ha sido arrinconada en los anaqueles del marxismo.
El cuestionamiento del poder establecido tiene muchas referencias que constituyen hitos en la historia de los cambios dialécticos, por ejemplo, el ensayo publicado por Vladímir Lenin en 1920, denominado ‘La enfermedad infantil del izquierdismo en el comunismo’, una crítica a la teoría marxista que, en su momento, constituyó una crítica a las estrategias sugeridas por teóricos de izquierda ubicados en Alemania e Inglaterra, quienes, según él, se desviaban hacia posiciones extremas que debilitaban la lucha revolucionaria. Fue presentado en el Segundo Congreso Mundial de la Internacional Comunista y se distribuyó entre los delegados.
En 1920, Rusia era gobernada por los bolcheviques, encabezados por Vladimir Lenin, en medio de la Guerra Civil Rusa (1917-1923) entre los bolcheviques (Ejército Rojo) y el Ejército Blanco, que buscaba restaurar el antiguo régimen zarista.
El ensayo ‘La enfermedad infantil del izquierdismo en el comunismo’ se convirtió (durante más de 50 años) en libro de texto en las células izquierdistas y en las cátedras universitarias, principalmente en las naciones subdesarrolladas del mundo. Poseer un ejemplar de ese pequeño libro era un privilegio, al que tuve acceso en 1979 en la UASD, que servía de escondite o parapeto para el ejercicio y adoctrinamiento del izquierdismo utópico y alienante, que con folletines reproducidos en mimeógrafos crearon una generación de la ‘cultura de citas’, que eran repetidas hasta la saciedad en las discusiones escenificadas en los pasillos de la arcaica universidad.
Y, como nada es eterno, porque todo se crea y todo se transforma, hoy, ante la mirada atónita de los siempre alelados adalides de la prudencia, emerge el auge de la digitalización que sepulta bajo toneladas de computadoras y teléfonos inteligentes los discursos rancios y alienantes de lo que se entendía como democracia, socialismo y populismo como fundamento del ejercicio de la política.
Las redes sociales han transformado la comunicación política, debilitando estructuras tradicionales y dando voz a nuevos actores, que no tenían acceso a los medios tradicionales como radio, televisión y la prensa escrita, que eran los principales canales de comunicación política. Ahora, cualquier ‘heme aquí’ puede difundir ideas, generar debate y hasta movilizar masas (como la inexplicable “Viejo orden”), que, sin depender de grandes corporaciones mediáticas, ha convocado con éxito a jornadas de movilización de masas, sin más discurso que dos o tres slogans nacionalistas.
Los que ejercen la política deben terminar de entender que las redes sociales han abierto las puertas de acceso a la información personalizada y han facilitado la creación de "burbujas informativas"; ejemplo: la plataforma Alofoke, en la que los usuarios solo ven contenido afín a sus creencias y al nivel de entendimiento de las subculturas que dominan la marginalidad de la sociedad dominicana, lo que dificulta el diálogo entre posiciones opuestas. Imagínese a un político tradicional discutiendo con el señor Santiago Matías.