A las jóvenes abogadas que luchan por su lugar quiero decirles algo con absoluta claridad: sí se puede conquistar esta profesión con la frente en alto. Se puede avanzar sin favores, sin padrinos, sin atajos y sin entregar la dignidad a nadie.
Mi camino no fue fácil. Hubo días grises, cansancio, dudas y lágrimas. Enfrenté colegas inseguros que intentaron minimizarme por ser mujer, y también escuché voces que pretendían convencerme de que esforzarme era innecesario. Pero yo sabía quién era y hacia dónde iba.
Mi carrera también me costó personas. Tuve que soltar vínculos que ya no caminaban en la misma dirección que mis metas. Crecer implica elegir, y yo elegí mi destino antes que la comodidad. No caminé sola: Dios me sostuvo y mis padres fueron mi raíz y mi impulso, incluso desde el cielo.
Nunca cambié mi honor por comodidad ni mi dignidad por atajos. Fui juez por mis méritos, entré a grandes firmas por capacidad y gané respeto por lo que sé, no por lo que doy.
A las jóvenes que empiezan les digo: no se doblen, no se callen, no se vendan. El esfuerzo habla, la ética sostiene y el honor eleva. Porque cuando se camina con dignidad, el techo desaparece y el nombre se convierte en destino.