Raúl, asombrado y con el corazón a mil, se detiene, sale apresurado, cruza por el frente del jeep y, justamente al lado del guardalodo delantero ve al motorista retorciéndose tirado en el piso. No se explica qué pasó.
Había mirado para ambos lados de la avenida y no vio a nadie, cruzó y, de repente, sintió un golpe y ese motorista aparece atropellado del lado derecho de su vehículo.
El motociclista se contraía y estiraba como el que tenía varias costillas rotas. Raúl no veía sangre, solo lamento y la palabra llévenme al hospital.
Era sábado, aproximadamente las diez de la mañana, Raúl, de unos diecinueve años, nacido y criado en Puerto Plata, estudia en Santiago y va a su pueblo los fines de semanacomo lo hace una veintena de estudiantes de la Puca; luego, se va el domingo en la tarde y el viernes, regresa a su casa materna y a su terruño.
A pesar de ser de clase acomodada, no usa vehículos en Santiago porque el apartamento donde vive queda frente al recinto universitario y sus padres no ven necesario que tenga que conducir. El chofer de la casa lo lleva y lo busca.
Ese sábado, en el jeep de su madre, va subiendo de Este a Oeste por la calle El Morro y en la esquina con avenida 27 de Febrero, mira para los lados, no ve a nadie y entra. De repente siente un golpe fuerte en la parte delantera derecha del vehículo. Se desmonta y ve ese motociclista que había salido de la nada, tirado en el piso.
El muchacho, turbado, no sabe qué hacer. Llama a su padre e intenta contarle, mientras los compañeros del motoconcho lo rodean y comienzan a decirle improperios, sandeces; a insultarlo. Su padre le indica que llame al 911, mientras el muchacho se da cuenta de quelos motociclistas, sin permiso ni palabras, están empujando al accidentado en la parte de atrás del jeep. Le dicen que no llame al 911 porque el hospital está cerca.
El hospital Ricardo Limardo queda a una cuadra de donde se encuentran. Apresurado, cierra el teléfono y comienza a conducir hacia el centro de salud. Al llegar por emergencias, se desmonta y avisa, luego salen dos hombres con una camilla, sacan y se llevan al motoconcho hacia dentro del recinto.
El padre de Raúl llega al hospital, le da un abrazo al muchacho, le pregunta que donde está el herido y ambos entran apresurados a la emergencia.
--Allí está, dice Raúl, señalando al motorista,
--Una doctora lo atiende, murmura para sus adentros el padre,
Ambos se acercan a la cama de la emergencia, ven al muchacho, todavía no ven nada, mientras la doctora le palpa aquí y allá en el cuerpo.
El motorista advierte la llegada del padre y el hijo y como por arte de magia el dolor se le agudiza.
La doctora, un tanto preocupada, le pregunta.
--¿Dónde es que te duele?
--En la pierna y el pecho, responde.
La enfermera se apura a quitarle el pantalón y el suéter para que la doctora lo pueda examinar. Le quita ambas prendas, la doctora palpa.
--¿Aquí?, pregunta.
--No, responde el herido con cara de dolor.
--¿Aquí?
--No, tampoco.
Con una seña, la doctora le ordena a la enfermera que busque una jeringa para inyectarle un analgésico al “herido” antes de indicarle una radiografía, para que por lo menos no sufra tanto.
La enfermera llega y comienza a preparar la jeringa mientras el motorista se encuentracon los ojos cerrados y la cara arrugada del dolor. Al escuchar desgarrarse el plástico que contenía la jeringa, el motorista abre los ojos, se da cuenta de lo que va a acontecer y dice.
--No, no, por favor, no me pongan eso, no quiero.
La doctora le dice que es necesario mientras le hacen la radiografía, pero sigue negándose.
Raúl y su padre observan, tienen aproximadamente 30 minutos en emergencia y el trabajador de la motocicleta no quiere que le pongan nada.
El padre llama a su abogado y le relata lo sucedido, el abogado le dice que va para el hospital, llega, ve el herido, le dice al padre y al hijo que salgan de la sala, se queda solo con el motorista y le susurra al oído.
--¿Con cuánto se resuelve esto?
El motorista mirando al abogado con incredulidad, dice.
--¿Quién es usted?
--El representante del señor. Esto es entre nosotros dos, no lo va a saber nadie, le dice.
--Con veinte mil pesos.
--Pues párate de ahí, vístete y dile a la doctora que estás bien, que no te duele nada, préstame tu cédula y la matrícula del motor para tomarle una foto.
Le dio su tarjeta para que fuera a la oficina desde que saliera y se marchó. Fuera del hospital se encontraban Raúl y su padre, le dijo que no se preocuparan que eso se iba a resolver.
Llegó a su oficina, redactó un descargo, esperó al motorista, firmó y le dio los veinte mil en efectivo sin regatear.
¿Qué hubiese sucedido si no se le propone el trato?
Sigue con un dolor intenso, se deja inyectar, permanece en el hospital hasta que lleguen sus familiares, hace que lo enyesen y le hagan un certificado médico y demanda a Raúl. Luego el proceso dura años en resolverse mientras Raúl tiene que asistir cada mes por seis meses a firmar a la fiscalía y luego afrontar un proceso judicial.
Raúl, asombrado y con el corazón a mil, se detiene, sale apresurado, cruza por el frente del jeep y, justamente al lado del guardalodo delantero ve al motorista retorciéndose tirado en el piso. No se explica qué pasó.
Había mirado para ambos lados de la avenida y no vio a nadie, cruzó y, de repente, sintió un golpe y ese motorista aparece atropellado del lado derecho de su vehículo.
El motociclista se contraía y estiraba como el que tenía varias costillas rotas. Raúl no veía sangre, solo lamento y la palabra llévenme al hospital.
Era sábado, aproximadamente las diez de la mañana, Raúl, de unos diecinueve años, nacido y criado en Puerto Plata, estudia en Santiago y va a su pueblo los fines de semanacomo lo hace una veintena de estudiantes de la Puca; luego, se va el domingo en la tarde y el viernes, regresa a su casa materna y a su terruño.
A pesar de ser de clase acomodada, no usa vehículos en Santiago porque el apartamento donde vive queda frente al recinto universitario y sus padres no ven necesario que tenga que conducir. El chofer de la casa lo lleva y lo busca.
Ese sábado, en el jeep de su madre, va subiendo de Este a Oeste por la calle El Morro y en la esquina con avenida 27 de Febrero, mira para los lados, no ve a nadie y entra. De repente siente un golpe fuerte en la parte delantera derecha del vehículo. Se desmonta y ve ese motociclista que había salido de la nada, tirado en el piso.
El muchacho, turbado, no sabe qué hacer. Llama a su padre e intenta contarle, mientras los compañeros del motoconcho lo rodean y comienzan a decirle improperios, sandeces; a insultarlo. Su padre le indica que llame al 911, mientras el muchacho se da cuenta de quelos motociclistas, sin permiso ni palabras, están empujando al accidentado en la parte de atrás del jeep. Le dicen que no llame al 911 porque el hospital está cerca.
El hospital Ricardo Limardo queda a una cuadra de donde se encuentran. Apresurado,cierra el teléfono y comienza a conducir hacia el centro de salud. Al llegar por emergencias, se desmonta y avisa, luego salen dos hombres con una camilla, sacan y se llevan al motoconcho hacia dentro del recinto.
El padre de Raúl llega al hospital, le da un abrazo al muchacho, le pregunta que donde está el herido y ambos entran apresurados a la emergencia.
--Allí está, dice Raúl, señalando al motorista,
--Una doctora lo atiende, murmura para sus adentros el padre,
Ambos se acercan a la cama de la emergencia, ven al muchacho, todavía no ven nada, mientras la doctora le palpa aquí y allá en el cuerpo.
El motorista advierte la llegada del padre y el hijo y como por arte de magia el dolor se le agudiza.
La doctora, un tanto preocupada, le pregunta.
--¿Dónde es que te duele?
--En la pierna y el pecho, responde.
La enfermera se apura a quitarle el pantalón y el suéter para que la doctora lo pueda examinar. Le quita ambas prendas, la doctora palpa.
--¿Aquí?, pregunta.
--No, responde el herido con cara de dolor.
--¿Aquí?
--No, tampoco.
Con una seña, la doctora le ordena a la enfermera que busque una jeringa para inyectarle un analgésico al “herido” antes de indicarle una radiografía, para que por lo menos no sufra tanto.
La enfermera llega y comienza a preparar la jeringa mientras el motorista se encuentracon los ojos cerrados y la cara arrugada del dolor. Al escuchar desgarrarse el plástico que contenía la jeringa, el motorista abre los ojos, se da cuenta de lo que va a acontecer y dice.
--No, no, por favor, no me pongan eso, no quiero.
La doctora le dice que es necesario mientras le hacen la radiografía, pero sigue negándose.
Raúl y su padre observan, tienen aproximadamente 30 minutos en emergencia y el trabajador de la motocicleta no quiere que le pongan nada.
El padre llama a su abogado y le relata lo sucedido, el abogado le dice que va para el hospital, llega, ve el herido, le dice al padre y al hijo que salgan de la sala, se queda solo con el motorista y le susurra al oído.
--¿Con cuánto se resuelve esto?
El motorista mirando al abogado con incredulidad, dice.
--¿Quién es usted?
--El representante del señor. Esto es entre nosotros dos, no lo va a saber nadie, le dice.
--Con veinte mil pesos.
--Pues párate de ahí, vístete y dile a la doctora que estás bien, que no te duele nada, préstame tu cédula y la matrícula del motor para tomarle una foto.
Le dio su tarjeta para que fuera a la oficina desde que saliera y se marchó. Fuera del hospital se encontraban Raúl y su padre, le dijo que no se preocuparan que eso se iba a resolver.
Llegó a su oficina, redactó un descargo, esperó al motorista, firmó y le dio los veinte mil en efectivo sin regatear.
¿Qué hubiese sucedido si no se le propone el trato?
Sigue con un dolor intenso, se deja inyectar, permanece en el hospital hasta que lleguen sus familiares, hace que lo enyesen y le hagan un certificado médico y demanda a Raúl. Luego el proceso dura años en resolverse mientras Raúl tiene que asistir cada mes por seis meses a firmar a la fiscalía y luego afrontar un proceso judicial.