Se conoce que la resolución No. 07-14,
propuesta por Luis Ramón Paulino (Monchy), fue acogida por la Junta Distrital
de Canabacoa, municipio de Puñal, designando la calle 8 de la comunidad de
Sabaneta, con el nombre de Víctor Estrella Burgos.
Pero se merece más. Se agradece el gesto,
también se reconoce que lo hayan declarado hijo meritorio de la comunidad que
lo vio nacer. Esa distinción es imponderable. Pero se merece más.
Víctor no es cualquier dominicano. Es uno
especial. Ha puesto la Bandera Dominicana a ondear con su majestuosa hidalguía
en cuanto escenario tenístico haya tenido la oportunidad de estar, ya sea por
su mera presencia o por alcanzar los más altos honores.
Casi como el Che (pero buena gente), ha
trillado los pueblos de américa desde la Tierra del Fuego en Argentina, hasta
Alaska. Ha participado en decenas de torneos en Europa, Asia, el Medio Oriente.
Víctor es como una especie de embajador gratuito que nos gastamos los
dominicanos.
Sus victorias han puesto a nuestro país en
mapas donde no estaba.
Con nobleza y señorío ha desfilado, primero
por las canchas de Roland Garros en Paris, luego por el legendario All England
Lawn Tennis and Croquet Club en Wimbledon (cuya exclusividad casi raya en lo
absurdo). También ha jugado en Flushing Meadows Park, Queens, New York y en
Rod Laver Arena, Melbourne, Australia. Esto, por sólo mencionar los cuatro torneos
grandes de tenis y donde se juega por clasificación o por tener méritos
numéricos suficientes en el Ranking de la ATP (Asociación de Tenis
Profesional). Créanme que tener puntos
de la ATP no es tarea fácil. Miles de tenistas de todas las clases y todos los
países han nacido, crecido y se han ido sin nunca conseguir ni siquiera un
punto clasificatorio de esa asociación. Es enormemente difícil.
Es el primer dominicano en muchas cosas
relativas al deporte blanco. Su fortaleza mental, su inigualable capacidad para
imponerse en la cancha, lo han llevado a disputar partidos con grandes
jugadores.
Santiago tiene el privilegio de haber
parido un ser excepcional cuyo legado a la juventud dominicana es inmenso e
imperecedero. Dejará, por ejemplo, la sólida evidencia de que el dominicano es
capaz de llegar hasta el infinito si se lo propone y aunque muchos dominicanos
han descollado en las artes, en otros deportes y los negocios, es el primero en
sembrar en base a sangre y fuego la bandera tricolor en los escenarios
internacionales del tenis.
Víctor está haciendo camino al andar. Su
trato jovial fuera de la cancha contrasta con la fiereza con la que afronta a
sus rivales. Descollar, como lo ha hecho, en un deporte sin tradición en el país,
es como encontrar agua en el desierto. Se lo merece todo. ¿Y por qué tan poco?
Ojalá algún miembro de esa Junta Distrital
o el mismo Luis Ramón Paulino, levante nueva vez su mano, mire sin menoscabo la
grandeza de ese enano gigante, reconozca su invaluable aporte y someta la
resolución de nuevo para que la Avenida Hispanoamericana, en vez de llamarse
Avenida Hispanoamericana, pase a llamarse Avenida Víctor Estrella Burgos. Esa
es la distinción que tal figura, tal personaje se merece. Quienes seguimos este
deporte, o quien sigue los deportes individuales, cual que sea, sabe bien que
lo que ha conseguido y cómo lo ha conseguido es un hito histórico para el
deporte dominicano.
Víctor para Santiago en tenis es como el
equipo entero de las Águilas. Es uno solo contra 40 ó más. Es el símbolo de la
madurez tanto personal como deportiva. Es un ejemplo.
Cada dominicano que circule por esa avenida
en Santiago debe saber que Víctor Estrella Burgos emergió imponente desde el
piso con la mentalidad de un gigante y que esa avenida,
el Cabildo le puso su nombre para que cada uno recuerde que, “se vale caer, lo
que no se vale es no levantarse”.