Recuerdo mi primer embargo como si fuera ayer.
Una empresa turística recién abierta, una sentencia laboral definitiva y nosotras, recién graduadas, listas para enfrentarnos a la realidad del Derecho en acción.
Con la fuerza pública otorgada y el apoyo de un colega, llegamos al lugar con la determinación de cumplir la ley. Todo parecía bajo control, hasta que la Procuradora Fiscal a cargo, nuestra antigua maestra, recibió una llamada del abogado de la empresa y, de manera sorpresiva, retiró la protección en plena ejecución.
El capitán nos explicó, con evidente pesar, que debía obedecer la orden. Nuestro colega representante se retiró justo cuando llegaron dos autobuses llenos de vigilantes armados, enviados para intimidarnos.
El miedo fue inevitable, pero la justicia y la fe nos impulsaron a mantenernos firmes.
Llamamos a amigos de la prensa, quienes acudieron de inmediato y transmitieron la situación en vivo. Gracias a su presencia, y al acompañamiento del ministerial, pudimos concluir la diligencia y salir ilesas.
Esa experiencia marcó mi vida profesional. Aprendí que ser abogada no consiste solo en conocer la ley, sino en tener valentía, ética, organización y compromiso con quienes confían en ti.
A veces, incluso la autoridad que respetas puede fallarte, pero cuando actúas con convicción y preparación, nada puede detenerte.
A los jóvenes abogados les digo: no teman al reto. Cada caso es una lección, cada obstáculo una oportunidad, y cada acto de justicia una razón más para seguir creyendo en esta profesión.