Hoy quiero dejar por escrito un recuerdo que marcó mi vida profesional: mi primera audiencia.
Aquel día me vestí con una camisa blanca, un traje negro y una corbata negra. Pero no podía faltar mi sello personal: mis zapatos altos rojos. Estaba tan emocionada que apenas pude dormir. Pasé la noche estudiando y repasando una y otra vez las palabras que diría.
La audiencia fue en el juzgado laboral. Representaba a un trabajador despedido injustamente. Aunque solo se trataba de una conciliación, para mí era un mundo entero. Al fin me puse la toga de verdad, no la de las aulas, sino la de los tribunales.
Cuando vi a mi cliente sentado en el banco, mirándome con orgullo, me invadió una sensación indescriptible. Me sentí como toda una experta, aunque era apenas el inicio. ¡Qué felicidad! Ese día pude decir con certeza: ya soy abogada. Alguien confió en mí, me entregó su caso, y yo me entregué con toda la pasión.
Mi primera audiencia fue un momento de triunfo personal, una mezcla de nervios y emoción que nunca olvidaré. Y pienso: si así se sintió la primera audiencia… ¡imagínense lo que fue ganar mi primera sentencia! Que les contaré muy pronto.