Desperté el martes 9 de abril con el corazón en un puño.
Al enterarme de la tragedia ocurrida la noche del lunes 8, cuando se derrumbó el techo de la discoteca Jet Set en Santo Domingo, sentí una mezcla de incredulidad, dolor y tristeza profunda.
Las imágenes… esas imágenes no se me borran de la mente. Ver a cientos de personas buscando desesperadamente entre los escombros a sus familiares y amigos, con la esperanza de encontrarlos con vida, me rompió el alma. Aun sin tener seres queridos en el lugar esa noche, el dolor se siente como propio. Me marcó. Para siempre.
Esto me hizo pensar en lo frágil que es la vida. Un segundo estamos celebrando, riendo, bailando… y al siguiente, todo puede cambiar. Todo puede terminar.
Por eso hoy, más que nunca, no me arrepiento de haber dado una sonrisa, un abrazo, o una palabra amable a cada persona que ha pasado por mi vida.
Abran sus corazones. Abracen a sus seres queridos.
Si fallas, pide perdón.
Si te fallaron, perdona.
Haz el bien sin mirar a quién… porque nunca sabemos si será la última vez que veremos a alguien.