El estudio sociológico, ordenado capitalmente por la corriente funcionalista conocida como funcionalismo estructural o estructuralismo, en tanto que espacio para la construcción teórica de un fenómeno social, tiene por objeto observar la sociedad, como un rompecabezas complicado, cuyos trozos funcionan mancomunados para suscitar respaldo y duración en el espacio temporal. También se entiende el funcionalismo estructural o estructuralismo, como la forma o manera de estudiar la sociedad cual, si fuera una estructura de engranajes sistematizados, desde una perspectiva macro, amplia, de todas las estructuras o mecanismos que conforman la sociedad, entendida como sujeto de constante evolución.
Anthony Downs, en el ocaso de la década de los 50s, pionero en la teoría de la elección pública, propuso por primera vez la existencia de la posibilidad de la irracionalidad a corto plazo del acto de votar, debido a que el costo de hacerlo es superior a los posibles beneficios a obtener, de donde surge la conclusión de que el votante racional, es más escaso y es más proclive a la abstención. Para Downs, para un ciudadano, lo único que podría estar revestido de normalidad en un proceso de votación sería el deber de participar.
Son muchos y muy variados los enfoques que teóricamente procuran analizar el comportamiento de los ciudadanos en los torneos electorales del maltrecho sistema democrático, sobre todo en los países latinoamericanos que invirtieron cuatro o cinco décadas de la segunda mitad del siglo pasado adoctrinando más de una generación que dominó los escenarios políticos en la diestra o en la siniestra (sobre todo en los linderos de la oposición) hasta que el neoliberalismos los doblegó, obligándolas a poner la mano izquierda con el dorso sobre las vértebras lumbares y la mano derecha haciendo el gesto de la docilidad lacaya.
El enfoque más discutido es el de la elección racional con aplicación en el contexto político, que se basa en la premisa de que el ciudadano tiene capacidad para determinar, dotado de la suficiente información, cuál es el partido que más se acerca de sus perspectivas y aspiraciones individuales y, en menor medida, las demandas del bienestar colectivo, responsabilidad del Estado, por medio de la implementación del variado pinto de políticas públicas.
Para que haya racionalidad en el voto, debe haber un modelo de partido responsable, que se engendre en un ambiente de interacción social, entre el elector racional, que demanda políticas públicas en beneficio de la comunidad a cambio de su voto; y del otro lado, el político que responde aceptando la demanda y acomodándola en su catálogo de oferta programática, conjugándose así: La elección racional, el mercado político y el programa de gobierno.
Si bien es cierto que los vínculos ideológicos de los latinoamericanos son restos de un naufragio que bogan mar adentro buscando hilachas del vestido blanco de Alfonsina Strosner, y la voz antigua de viento y de sal… impulsados por corrientes insondables de intereses creados, dejando en tierra el voto incongruente; no menos cierto es que la partidocracia de la región del planeta denominada América Latina, ni necesita, ni usa el voto ideológico-electoral para afirmarse en el poder.
El papel de la ideología en la convocatoria de masas electorales, en la creación del modelo de partido responsable, está afectado de vanidad intelectual, que impulsa a muchos de sus líderes a impartirnos una charla, cada vez que ven nuestras orejas, para demostrarnos (a los hijos de humildes costureras) que estamos equivocados y que por esa razón reprobamos el examen de admisión a sus parcelas aristo-políticas, debidamente deslindadas e individualizadas. Para que no haya dudas, se cuidan de que no sepamos que ellos se candidatean, para que no cometamos el atrevimiento de inscribirnos en sus partidos, ni votemos por ellos, lo cual sería una afrenta, un sacrilegio, una herejía.
El modelo de partido responsable, para bien de la humanidad, es tarea de los que se creen intelectualmente cultivados, (culturosos, ahítos de citas), que muy a su pesar, no saben comunicar el torrente de ideas de progreso y desarrollo humano que llevan en la mochila, porque no saben por dónde se llega al barrio marginado, ni reconocen la importancia estratégica del estómago vacío de las masas hambreadas, ni cómo se abraza a una viejecita desdentada, ni a un niño de prolífica mucosidad, sin camisa y sin chancletas.