Recuerdos de mis diez años

Ultima Actualización: jueves, 28 de mayo de 2015. Por: Ramiro Francisco

No me pregunten por la lata de leche, ni por la pela que me dieron.

Poco más de cuatro meses había pasado desde que habíacumplido los diez años de edad. Sería un día más en la cotidianidad de lafamilia. Sin biscocho, ni refresco rojo ni gorrito, ni regalo.  Celebración no era para nosotros.

Tal vez pasó, y nadie se dio cuenta. Ni mis padres tampoco.Eramos dos hermanos varones por entonces. Seis varones más vendrían después.

Pero cuatro meses luego de la fecha de mi nacimiento,ocurrió algo, que me marcó para siempre, porque sin quererlo nos vimosenvueltos en ese corre-corre que dejó como saldo algunas personas muertas yvarios heridos.

Solicité el dato, porque a la verdad no tenía la fechaexacta. Personas muy solícitas que respondieron nuestra inquietud, nos dicenque ocurrió el 19 de noviembre de 1961.

Se trata del desfile o caravana realizado en esta ciudad enel que se arrastraban los bustos de Julia Molina, José Trujillo Valdez padresdel Jefe y del mismo Trujillo.

Habían sido derribados de sus pedestales colocados en elparque central de esta ciudad, hoy Plaza Independencia, donde desde tempranashoras de la mañana se congregó una buena cantidad de personas.

Nos vimos envueltos en ese reperpero debido, a que regresabade buscar “la leche que daba Trujillo a los pobres” en un local pintado deverde oscuro, que si mal no recordamos, estaba en la Padre Castellanos, entrela 12 de Julio y Margarita Mears.

Con mi “lata de pintura” bien lavadita con su tapa ypreparada especialmente para esa tarea, me encontraba parado frente al parqueviendo el movimiento.

Amarran el busto de mama Julia como un chivo, por elpescuezo y luego lo halaron cayendo este y provocando una gran algarabía.

De momento, aparecieron muchos camiones y la gente comenzó asubirse a ellos. Uno de ellos se encontraba estacionado frente al teatro Rex.En ese nos subimos (nos ayudaron a subir). Algunos policías sonreían, ante elbullicio de la multitud.

Nadie reparó que nosotros éramos un niño, ni que andábamoscon una lata en las manos.

Inició la caravana. Hacía calor. Andaba con un pantaloncitocorto y sin zapatos. El único par que teníamos era para uso de los domingos.

De las consignas que salían de las voces de los protestantesuna de ellas era…”no queremos leche da ni comida sancochá” “Fuego a losTrujillos y a los calieses”. Cada vez que repetían lo de leche dá, yo escondíala vasija entre mis piernas.

Se llegó a las inmediaciones de la “aviación” tomando rumboa Long Beach. Ciertamente, al regresar por la hoy Hermanas Mirabal y pasarfrente a la casa de guardia, ahí sonaron los primeros disparos.

En el camión donde íba, solo conocía a Pani Salvador. Unjoven alto y fuerte por entonces, y que vivía en la misma barriada quenosotros.

Al tomar la hoy Luis Ginebra, el sol era abrazador y alguiena mi lado resultó herido y fue recostado en la cama del camión. Cundió elpánico y todos querían apearse del mismo.

El chofer cuando pudo se estacionó y Pani me ayudo a bajar.Del herido no sé. Nos apeamos cerca del entonces Play Isabel de Torres y porallí cruzamos buscando la orilla del mar hasta llegar cerca de la Poza delCastillo

Cruzamos por la caseta del Vigía y bajamos por la escalinatade piedra que daba a los almacenes de Benerito y el astillero. Ya estaba en miterritorio y aceleramos el paso.

Con todo, llegué a casa pasadas las doce del mediodía. Lanoticia se había regado en el pueblo y se hablaba de muertos y heridos.

No me pregunten por la lata de leche, ni por la pela que medieron.