Podemos imaginar un aula con 32 alumnos para el estudio de las Matemáticas. Entre ellos, hay dos estudiantes, hembras por más señas, que destacan. Llevan la delantera en todo.
¿Qué pasa con los otros 30? ¿No avanzan? Sí. No tanto como ellas. Al final, todos logran graduarse. Ellas alcanzan los máximos honores.
¿Qué pasó ahí? ¿Tiene algo que ver el maestro, el interés de los alumnos? ¿Los delicados niveles de comprensión de cada estudiante?
Es en los Evangelios, donde luego de la resurrección del Maestro, encontramos algunos encuentros de este con sus discípulos en situaciones un tanto extraña.
En una ocasión estando reunidos algunos discípulos y parte de sus familias, y conversando sobre los últimos acontecimientos incluyendo la importante y alegre noticia sobre que Jesús había resucitado al no hallar su cuerpo en la tumba El, de pronto se aparece.
Nadie sale corriendo espantado. Es el Maestro que estuvo muerto. Lo escuchan hablar. Tomás, uno de los discípulos no estaba presente, y al contarle esa experiencia, no la creyó.
Más de una semana había pasado de aquel primer encuentro. En las mismas circunstancias, ocurre otra vez. Tener en cuenta, que en ambas oportunidades, las puertas se encontraban totalmente cerradas. El Resucitado entra y vuelve a sostener un diálogo con ellos. Esta vez, sí se encuentra Tomás el “incrédulo”.
Y usted conoce lo sucedido allí. ¿Quién acaso era Tomás para el Maestro obedecer sus requerimientos? Pudo haberlo echado fuera de esa reunión y reprimirlo delante de todos. Lo deja complacido.
En los grupos y sociedades, no todos alcanzan los mismos niveles de fe, comprensión, entendimiento y valentía. Los verdaderos maestros conocen plenamente esas etapas en las que el amor, comprensión y paciencia sirven de puentes a los alumnos para seguir adelante.
Ah, recuerden que aunque estaban cerradas las puertas en ambas ocasiones, nadie le preguntó ¿Cómo entraste? ¿Un espíritu? Esas entidades, no tienen carne ni hueso. No fue un espíritu que tocó Tomás. Los entendidos…entenderán.