Días atrás en un establecimiento de expendios de frutas, mientras me dirigía a la caja a pagar llegó un hombre de alrededor de unos setenta años, vestido de forma casual e impecable, por la indumentaria que llevaba puesta, sombrero, camisa a cuadros, botas se podría pensar que era un hombre del campo, hacendado, mayoral o simple hombre que lidia con animales, porque a pesar de que en sus labios se dibujaban una tenue sonrisa, se notaban sus buenos modales como dama fina y bien educada que mantiene la postura, así, era la expresión agradable de su rostro, por encima de su robusta corpulencia prevalecía un rostro agradable.
Ya casi me iba, justamente estaba pagando y en unos instantes me detuve en algo, era el olor, al lugar que nosotros decimos chiqueros, granero, parecido a heces de animales, mezclada con perfumes y desodorantes, una mezcla que lo hacía peculiar. Olor que al parecer con la ducha y baño en el rio, no era posible superar, prevalecía aun con el esfuerzo y la pulcritud de la ropa de dicho personaje. Me invadió una nostalgia tan grande, recordando mi vida del campo y todos los pasajes que trajo a mi mente, como la pureza, la gratitud por la oportunidad que me ha dado la vida, ese señor estaba lleno de la ternura que se ha perdido.
Pagué, subí al carro, agradecí al vendedor. Saludé al señor antes de irme, reparé en sus manos callosas y rudas por haber estado abiertas al trabajo duro. Había en él tanta nobleza, pureza y bondad.
En él, ese día encontré la paz.