Retorno de Boston

Ultima Actualización: jueves, 11 de noviembre de 2021. Por: Jose Alberto Reyes Ortega

Esta situación fue solo el comienzo de una travesía interminable en un vuelo de solo 45 minutos pero que por la situación me pareció una eternidad.

Viajando, hace poco, me tocó un compañero de asiento bien incómodo. Una persona que, por su apariencia, centraliza su conducta en la violencia y la imposición forzada. Esta situación fue solo el comienzo de una travesía interminable en un vuelo de solo 45 minutos pero que por la situación me pareció una eternidad. El señor con actitud arrogante se comportaba de manera errante, improvisada y confusa. Su cerebro daba vueltas de un lado a otro ante la presencia de un sub-evolucionado latino de mal aspecto, me imagino que por lo viejo y añejo no necesariamente por mi apariencia. El tipo luchaba por ignorarme, pero su ensombrecido rostro, sus manos inquietas, su respiración incómoda y su posición ladeada lo hacía verse ridículamente gracioso. Buscaba calma en una inquietud causada por una torpe predisposición. Trataba de leer una revista, una guía, un manual cambiaba uno por otro, no definía qué hacer, tocaba las luces, variaba las diminutas ventanillas del aire, cruzaba las piernas, mentira las descruzaba, las volvía a cruzar, preguntaba por alguna bebida, pretendió socializar con una de las fly attendant, todo por la presencia de un latino. Imaginaba que este señor era muy especial, muy adinerado o muy comprometido en su salud mental. Albergaba cualquier movimiento para manifestar su rechazo racial. ¡Caray! Le tocó un latino a su lado. Y todavía el avión no despegaba, apenas se desplazaba hacia la pista. Temo que le va a dar mínimo un síncope. Ya me imaginaba yo a este señor el Rey de los ciegos al menos. En mi vida había sentido tanta crueldad visual, nunca había sentido tanto odio de parte de un desconocido, pero mucho menos que mi descendencia le causara tanta indignación a una persona solo porque le tocó un compañero de asiento de un humano tan inferior. Me sentía el pez chiquito en la cadena alimenticia, mucho más frente al tiburón hambriento. ¡Caray que situación tan inusual! Nunca me había sentido en el otro extremo de una balanza donde nunca haría equilibrio. Quizás en algún momento he manifestado algún desliz de rol con origen social, pero nunca había recibido el trato como un ser del inframundo. El tipo, altivo y de expresión agresiva, con mirada inquisidora, me tenía casi en la hoguera emocional. El piloto dió la señal del despegue, los motores sonaron poderosos por la aceleración. Repentinamente el tipo pegó su espalda al asiento con una expresión pavorosa en su rostro, se impulsó de tal manera al espaldar que casi despega ambos asientos, sus ojos desorbitados y el gemido del terror lo convirtió en un manso corderito y desapareció en un pestañear aquella expresión que hacía apenas unos minutos me había hecho sentir tan incómodo. Al elevarse y estabilizarse el aparato surgió otra cara, otra actitud, otra expresión, hasta atento se volvió el tipo; eso sí, hasta que nuevamente el piloto volvió a anunciar el aterrizaje, pero ya no para tener una conducta hostil sino para convertirse nuevamente en el ser aterrado ahora cabeza apoyada en el asiento delantero y alguna expresión, en su idioma, de rezo. Al tocar las ruedas traseras nuestro transporte aéreo todavía doy gracias al cinturón del asiento vecino porque si no el sobresalto de mi odiado y lastimoso compañero hubiera chocado el techo de la cabina.

- Jaro.-