Vida en la muerte

Ultima Actualización: miércoles, 29 de septiembre de 2021. Por: Jose Alberto Reyes Ortega

El trayecto hacia el hospital no era largo, aunque si lo suficiente para repasar su atormentada y mancillada relación matrimonial.

El calor del fluido entre sus piernas la hizo sobresaltarse. Presentía lo peor, aun así se levantó rápidamente, tomó un camisón y llamó a su única amiga. La hemorragia no cedía, incluso le pareció cómoda la sensación de la temperatura en contraposición con el frío invierno de ventiscas cortantes. 

 

El trayecto hacia el hospital no era largo, aunque si lo suficiente para repasar su atormentada y mancillada relación matrimonial.

 

Conoció en la preparatoria a su futuro verdugo. Era un muchacho normal, feliz, sensible, de un alto grado intelectual, entusiasta, poco deportista pero muy dinámico en las funciones académicas. Se alejaron un tiempo al escoger carrera, pero la comunicación y la chispa del amor primaba y se superponía a la frialdad de la distancia obligada. Él cursó su carrera con honores. El futuro Administrador tenía su porvenir garantizado en las empresas del acomodado padre. Ella hizo un esfuerzo tremendo para poder terminar sus estudios más era una de aquellas personas que hacía fácil lo complicado, diligente, atenta y sumamente detallista. Su carisma hizo colocarla rápidamente en la posición de asistente del contador, pero siempre se preocupaba en hacer algo más de lo que le correspondía y se ganó el mote de “súper eficiente” hasta lograr ser auditora

 

El tiempo se ocupó de hacerlos coincidir en el espacio. No fue necesario el preludio, el amor que empatizaba las almas gemelas los había tocado. La flecha del querubín de febrero les hizo una buena o mala jugada, fueron destinados a vivir en complemento. 

 

El cuento de hadas se consumó en la cama ardiente del hotel en la luna de miel. Ese calor se transportó al lujoso apartamento del centro de la ciudad metropolitana. 

 

La inmadurez cala en los arrojados. El padre sucumbió a una enfermedad que le consumió como momia viviente. El cancer de garganta cobró con creces al fumador.  Cada clavito de ataúd que encendía labró cómo Carpintero la enfermedad durante 30 años.  Una cajetilla al día era la dosis para alivianar el estrés de la presión laboral. Murió lentamente, con los sufrimientos, con la culpa de no haberlo evitado por voluntad, con la pena en el alma y consciente hasta en su último respiro. 

 

El inexperto administrador ante la ausencia del patriarca comenzó a dar palos a lo loco y poco a poco la fructífera compañía fue perdiendo brillo y algo más en su liquidez. Las jergas lo hacían olvidar temporalmente el estado de la situación; la cocaína suele ser un estimulante perfecto en la apariencia de que todo está bien. Ahí no quedaron los inconvenientes adversos y el casino esperanzado terminó por darle la estocada mortal a la descapitalizada empresa. 

 

Comenzaron a surgir los culpables ajenos; la mala suerte, los engaños de sus suplidores al no honrar sus deudas a tiempo, la deficiencia de los pocos empleados que le quedaban por el maltrato a personas de toda una vida laborando para el padre y por supuesto en la esposa que todo lo azaraba sin conocer las razones. Estos desahogos terminaron en golpizas brutales de parte del borracho vicioso a la dueña de su amor, de su vida y de sus dos hijos, uno de ellos en camino, pero con el peligro de perderlo antes de nacer por un sangrado provocado al estrellarse el puño destinado a calmar la ansiedad del desesperado. Mientras ella yacía inmóvil en el lecho para evitar la continuación del castigo, el salvaje esposo pernoctaba en el baño vomitando la ingesta del etanol digerido. Ella aprovechó el momento para huir en busca de obtener esperanzas. 

 

Llegaron al hospital, enseguida fue recibida por el personal de emergencia, contactado su médico de cabecera. Mientras la mujer se debilitaba solo pensaba en que pudieran todavía tener la oportunidad de salvar al bebé que albergaba en su vientre. Así se fue desvaneciendo y apagando la luz de su expresión, las pupilas de sus ojos ya dilatadas y el único corazón que palpitaba era el del neonatal. 

 

Jaro.-

 

PD. Foto tomada de la red.-