Un video que ha circulado recientemente en redes sociales muestra a una mujer detenida por las autoridades municipales frente al cuartel de la Policía Nacional en Puerto Plata. El motivo: no llevaba casco protector mientras conducía una pasola. La reacción de la ciudadana fue violenta y desproporcionada. Lanzó el casco que llevaba guardado, vociferó insultos y se enfrentó con furia a los agentes, en un estallido que, más allá de la infracción, revela un síntoma mucho más profundo y preocupante.
Este hecho no puede verse como una simple alteración del orden. Es una alerta. Una más entre muchas que vemos a diario, y que parecen advertirnos que algo no está bien en nuestra sociedad. ¿Por qué respondemos con tanta agresividad a situaciones cotidianas? ¿En qué momento normalizamos la violencia como forma de expresión emocional?
Desde hace años, los especialistas en salud mental vienen señalando el incremento de conductas impulsivas, episodios de ansiedad, violencia intrafamiliar y suicidios. Y, sin embargo, seguimos postergando el abordaje integral de la salud mental como una prioridad nacional. En nuestra cultura, expresar lo que sentimos es todavía, para muchos, sinónimo de debilidad. Ir al psicólogo se sigue viendo como algo innecesario, cuando en realidad debería ser tan natural como acudir al médico general.
Este tipo de reacciones, como la del caso mencionado, no son hechos aislados. Son el reflejo de una sociedad emocionalmente sobrecargada, estresada, frustrada y con muy pocas herramientas de regulación emocional. Personas que no encuentran espacios para canalizar lo que sienten, ni entornos seguros para ser escuchadas. El silencio emocional, la falta de contención, y la ausencia de políticas públicas efectivas están creando una tormenta perfecta.
No podemos seguir aceptando estas manifestaciones de violencia como parte de lo habitual. No podemos mirar hacia otro lado ante el dolor ajeno, ni esperar a que los episodios se repitan con mayor gravedad para empezar a reaccionar. La salud mental debe estar en el centro del debate público y en el diseño de las políticas sociales. La prevención, la educación emocional desde la infancia, la formación en empatía y la creación de redes de apoyo son fundamentales si queremos aspirar a una convivencia más sana.
Me niego, como ciudadana y como psicóloga educativa en formación, a aceptar este estado de cosas como algo normal. Me niego a creer que vivir en constante tensión, reaccionar con violencia o estallar ante lo más mínimo sea una forma válida de existir. Me niego a asumir como natural lo que, a todas luces, es una señal de alarma.
Y es precisamente desde esa negativa, desde esa resistencia ética, que hago este llamado urgente: no dejemos que la salud mental siga siendo un tema relegado o banalizado. Lo que está en juego no es solamente el bienestar individual, sino el tejido mismo de nuestra sociedad.
Sobre la autora:
Yasmin Cid García: Psicóloga educativa en formación, gestora cultural y coordinadora de espacios de lectura. Facilitadora de talleres de escritura creativa y promotora del diálogo sobre salud mental en contextos educativos.