"No, no, no", fue el grito de María Isabel Díaz el
13 de agosto de 2015. Esa noche se encontró con la milenaria bestia asesina,
que luego de violarla, le disparó en la frente y abandonó su cuerpo sobre el
asfalto. En lugar de sumarse a la lista de estudiantes que continuaban la
carrera de abogacía, fue sumada a la lista de mujeres asesinadas de ese año.
Ese grito no tiene tiempo, ni fronteras. En 1616, en
Bélgica, Bertholome Herodes fue acusada de haber causado una peste y se sumó a
las decenas de miles de mujeres brutalmente asesinadas durante la caza de
brujas en el medioevo. A mediados del Siglo V A.C., Periandro, el tirano de
Corinto, en un ataque de furia escuchó ese grito de su esposa Melisa, cuando la
asesinó pateándola y tirándola por una escalera.
En Grecia antigua, el infanticidio de mujeres parece haber
sido una práctica aceptada. No nos debe sorprender el accionar de Periandro y
los griegos, considerando que Apolo, uno de los principales dioses griegos y
romanos, enterado de la infidelidad de su amante gracias al cotilleo de un
indiscreto cuervo de plumas blancas, no solo asesinó a Coronis y a la criatura
en su vientre, sino que condenó al cuervo a portar plumas negras y malos
agüeros para toda la eternidad.
El infanticidio femenino en China, India, Pakistán, Irán y
Bangladesh le ha costado la vida a decenas de millones de mujeres. Esta
práctica no es excepcional, por el contrario, ha ocurrido en todos los
continentes a lo largo de toda la historia. No importa la forma, el método, el
país o el siglo, la bestia asesina lleva milenios matando mujeres solo por ser
mujeres.
El femicidio, palabra técnicamente correcta pero que no
logra transmitir la bestialidad del concepto que describe, es una epidemia que
afecta a miles de mujeres en el mundo, incluida América Latina. Si bien no
existen cifras oficiales, es posible afirmar que solo en el 2015 fueron
víctimas de femicidio no menos de 5.000 mujeres en la región. Allí, la bestia
asesina descansa tranquila porque tiene de su lado a un Estado cómplice por
inacción, lo cual perpetúa la violencia.
Ya sean dos por día en República Dominicana, nuestros
gobiernos han fracasado en encerrar a la bestia. Si bien en algunos países se
tomaron medidas para combatir el femicidio, las cifras ponen en evidencia el
fracaso de las mismas, ya sea por incompetencia de los responsables en
implementarlas o por ineficacia de las medidas.
El milenario status quo de discriminación y violencia contra
la mujer no se va a resolver con meras declaraciones de voluntad o anodinos
cursos de capacitación a funcionarios públicos. Debe existir un compromiso más
firme por parte de nuestros gobiernos, orientando todo el aparato estatal a
ponerle fin a la mayor violación histórica de derechos humanos en todo el
mundo. Hasta que no se logre ese objetivo, hablar de progreso es una falacia.