La escritura como desahogo es,
sin dudas, una diversión sin porvenir. Porque, cuál es el real alcance que
tiene lo que uno escribe? A quien llega? Con qué fuerza interviene en los
adentros de los que toman decisiones para cambiar cosas? Tiene fuerza? O sólo
se toma como simples divagaciones de un loco o un “sabelotodo” como dijo
Leonardo Medrano sobre algunos?
Leonardo me etiquetó en
Facebook junto a destacados periodistas
–un honor para mí-- y nos colocó ese mote de “sabelotodo”. Podría interpretarse
como la forma despectiva de decir que uno habla o escribe mucha m., o tal vez,
en realidad nos está alabando o tildándonos de que si, que en realidad sabemos
“alguito” de algunas cosas. De todas maneras, cada quien elige la
premisa que más le convenga de acuerdo a su conciencia, yo, por autoestima, me
quedo con la segunda, es decir, soy feliz y mucho más amigo de él que antes,
después de la “etiqueta”. Estoy viendo el vaso lleno. Qué lio!
Bueno, pero me he apartado, por
mucho, de lo que realmente quiero
tratar en este breve discurso escrito,
pero no doy más vueltas y procedo.
En mis frecuentes viajes a
Santiago, regularmente en las tardes, veo una fila de camioneticas y camiones
repletos de hierro, acero, plomo, estufas viejas, camas, tapas de alcantarilla,
aluminio, alambres etc., desplazándose desde esta ciudad hacia esa ciudad.
Y me digo para mí mismo; si yo
fuera autoridad en Puerto Plata, aunque viole el ordenamiento jurídico en torno
a la libre empresa, no dejo que ningún vehículo compre ni transporte esos
materiales. Nadie me sale de la ciudad cargando esa mercancía. Todo el que sea
sorprendido comprando hierro será detenido; incautados los materiales, el
vehículo y apresados los compradores.
Yo no sé, porque uno no lo sabe
todo y Dios libre saberlo, cuál es la mano poderosa que impulsa, desde las
altas instancias, la exportación de esos materiales.
Quien sea, le hace un flaco servicio al país porque lo que está pasando con esa
situación es algo que escapa a la luz del entendimiento de cualquier persona
sensata.
Destruyen la propiedad privada,
la pública, no respetan nada.
La verdad que esta democracia
libertina, esta prostituta libertad nos está colmando la paciencia. Por eso es
que muchos jóvenes los cuales, evidentemente no vivieron el oprobio, claman, en
ocasiones: “que viva el jefe”.