La Invasión Naval Haitiana a Puerto Plata el 20 de diciembre de 1845

Ultima Actualización: jueves, 29 de mayo de 2025. Por: Maria Amelia Finke Brugal

 

Los años que siguieron a la Independencia de la República estuvieron marcados por los intentos de parte de los haitianos de recuperar el terreno perdido mediante invasiones bélicas tanto por tierra como por mar. De acuerdo con el inglés E. Bathurst, en vista de que las incursiones terrestres no dieron los resultados esperados y queriendo lograr un doble objetivo, el General Pierrot, presidente de Haití, se deja convencer de someter los rebeldes de la parte este con una operación marítima que les provocara terror, al tiempo que desviara la atención de los haitianos de sus conspiraciones contra Pierrot. 

Ante la posibilidad de recuperar la grandeza nacional a través del poder marítimo, dejando ver las ínfulas de gran potencia del vecino Haití, dicta una orden para equipar una flotilla, diligenciada por el general Pradere, en acuerdo con sus socios en Boston, adquirió un barco grande y tres bergantines, construidos originalmente como barcos mercantes y adaptados para la guerra en Cabo Haitiano. 

El objetivo era bombardear y tomar a Puerto Plata, ciudad mas importante del norte de la República Dominicana. Luego de dos salidas la flota invasora llegó a Puerto Plata el 20 de diciembre de 1845, reconocieron la zona y al día siguiente se aproximaron a la costa para exigir su rendición. El Comandante de Armas, general Antonio López Villanueva, aun cuando las fuerzas vivas dominicanas estaban de servicio en la frontera, organizó la población a cargo del comandante Pelletier y la guardia cívica para la defensa de la plaza; se contaba entre otros con los hermanos José María y Luis Arzeno.  

La idea del almirante Cadet Antoine era sorprender la población entrando al puerto durante la noche, pero la oscuridad y la lluvia le hicieron equivocar el rumbo. En vista de que los dominicanos rechazaron con firmeza las pretensiones haitianas, la flota haitiana se preparó para levar a cabo el bombardeo, pero la poca capacidad de la tripulación y su almirante para posicionar los cañones en dirección de la ciudad tuvo como resultado que los buques encallaron en la Poza del Diablo al bajar la marea. Solo uno de los barcos logró devolverse y llegar a Cabo Haitiano para dar la nefasta noticia. 

El fracaso que resultó de este arriesgado proyecto naval era predecible, porque no se contaba entre otras cosas, con personal capacitado. Los conocimientos náuticos de los marinos y oficiales eran “vagos y sumamente elementales”. El almirante, jefe de la flotilla, era Cadet Antoine, último gobernador haitiano de Puerto Plata y la tripulación bajo su mando estaba compuesta por hombres que se reclutaron a toda prisa dispuestos a aventurarse en buques de guerra improvisados. Para apoyar por tierra esta incursión naval se reclutó un gran ejército que dirigiría el propio presidente Pierrot desde Cabo Haitiano, punto de partida de este proyecto.  

El general López Villanueva había sido alertado por el pescador Ramón López de lo sucedido, por eso cuando Vallón Simón, haitiano, quien había alcanzado el grado de teniente coronel de artillería del ejercito dominicano, exploró las cercanías del pueblo, confundió el alboroto de la guardia cívica de puesto en la fortaleza y los gritos de alerta de los centinelas con la llegada de refuerzos. El comandante Pelletier encabezaba el grupo armado encargado de notificar la rendición a los haitianos, quienes esperaban con resignación. Ciento cuarenta y nueve personas fueron conducidas presas al pueblo seguidas de un grupo de mujeres y niños que observaba los apresados, en especial al que un año antes había sido el jefe de la plaza: Cadet Antoine. 

La catástrofe de la flota haitiana terminó con los expedicionarios conducidos presos en la goleta “Separación” a Santo Domingo. Duraron cuatro años presos a excepción de Vallón Simón quien había jurado fidelidad a la patria dominicana por lo que fue fusilado acusado de traición. También contribuyó esta aventura a la caída del presidente Pierrot, sustituido en febrero de 1846 por el general Riché.

La celebración del desastre naval haitiano se llevó a cabo con regocijo en todo el país, pero muy especialmente en Puerto Plata, donde el célebre Presbítero doctor Manuel González Regalado en un solemne tedeum calificaba en un sermón este naufragio como un regalo de Navidad ofrecido por la Providencia a la recién nacida República Dominicana. 

Sobre la autora:

Beba Finke es doctora en Historia del Caribe y una apasionada de la investigación histórica. Preside actualmente la Sociedad Cultural Renovación y el Club de Comercio.

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