Si hiciéramos un gráfico en el cual se pudiera medir la velocidad con la que se degradan las instituciones dominicanas, la policía llevaría la delantera.

Creada por Trujillo a su imagen y semejanza, ese órgano está enfermo en estado crónico, desde su nacimiento lo ha estado, empeorando cada día. Y aunque dentro de sus filas son más los buenos que malos, la podredumbre salpica a todos.

La pus que emana de ese cuerpo, chorrea por nuestros barrios con un hedor espeluznante expandiéndose por el tejido social con una velocidad vertiginosa.

Es una pena, porque el cuerpo policial, como auxiliar del sistema de justicia, debería gozar de prestigio suficiente para tener influencia y autoridad, elementos que le facilitarían su trabajo.

Pero, muy a nuestro pesar, ha sido desnudada por los propios ciudadanos a los cuales la tecnología ha convertido en reporteros de sus propias desgracias. Ya no hay filtros, no hay salones lúgubres y oscuros de directores de medios de prensa urdiendo pactos para publicar o no, en función de los intereses de las clases pudientes o de los de la misma policía.

Ya la calle se visualiza a través una pantalla gigante, el diario vivir se ha convertido en un cine en tiempo real, no solamente por las cámaras de los celulares, sino también por las de las viviendas, negocios y hasta las de las mismas autoridades.

Es a través de esas pantallas que se ha sabido la verdad, esa que le han ocultado los medios tradicionales a la gente, esa cruda verdad que asesina, que veja, que corrompe y miente.

El circo se ha expandido y tiene como protagonistas a todos y cada uno de los ciudadanos, sean estos funcionarios o no.  

El conferencista Teófilo Barreiro siempre decía en sus charlas; la integridad, es hacer las cosas bien aunque no te estén viendo.

Ese debe ser el norte de los miembros de esa institución y de cada habitante de este pais.