Atrapadas y sin salida en el Teleférico de Puerto Plata

Ultima Actualización: lunes, 21 de febrero de 2022. Por: Luis Henriquez Canela

Crónica breve sobre de un suceso real acaecido el domingo 23 de mayo de 2021 en el Teleferico de Puerto Plata.

2:07 pm. El fuerte sacudión agitó los corazones de las muchachas provocando gritos de desesperación que rasgaron la quietud y suavidad del viento al chocar con las ventanas del funicular numero dos del teleférico. Se había detenido bruscamente. El aparato se columpiaba de arriba hacia abajo. Nadie, ni siquiera el operador, entendía lo que estaba pasando. Acostumbrado por años a subir y bajar sin novedades, el paro abrupto también lo sorprendió. Sacó la cabeza para mirar hacia arriba, hacia donde se encuentra el cableado y las poleas sin encontrar nada anormal. El panel de control no marcaba nada fuera de lo común, pero lo cierto era que el compartimiento no se movía. Por momentos pensaron que se había interrumpido el fluido eléctrico y era la causa.

 

El profundo silencio se quebró al instante al sonar el timbre de la radio de comunicación de José, el operador, quien estaba siendo llamado desde la torre de control ubicada en la base. Como el espacio es cerrado y la radio de comunicación funciona en altavoz, todos escucharon lo que le dijeron. Le indicaron que se había averiado una pieza cuya reparación era una pequeñez, por lo que lo importante en ese momento era mantener la calma y que en un breve espacio de tiempo todo estaría resuelto.  

 

La llamada hizo que todos se calmaran y comenzaran a entender la situación por la que estaban atravesando. Lo que en principio era inentendible, ahora parecía más claro. Las muchachas se sentían respaldadas; todo iba a salir bien con Dios delante. Pasó una hora, dos y a las dos horas y media Yesenia, una de las siete muchachas ex compañeras de colegio que iban en el aparato, decidió llamar a su hermana que vive en Estados Unidos para contarle la situación. Ya la desesperación estaba haciendo acto de presencia en el interior de todas. Hay que imaginarse dos horas y media metidas en un cuarto de aproximadamente dos metros por cuatro, suspendido en el aire, solo con el viento como compañía. Ella llama a su hermana, pero ésta le dice que no puede hacer nada, que no entiende lo que está pasando, le indica que llame a su padre que está en Puerto Plata. Yesenia llama a su padre, el hombre se dirige al teleférico y cuando llega, ve un mar de gente fuera de la base, las operaciones cerradas, el funicular colgando a un centenar de metros y no lo puede creer.  Habla con un guardia y le explica que su hija está en el aparato, el guardia, después de mirarlo de arriba hacia abajo, lo deja pasar. Dentro de las instalaciones lo recibe uno de los empleados y le indica que tuvieron inconvenientes con una pieza que se averió pero que están poniendo en ejecución los protocolos existentes para este tipo de situaciones,  que pronto las operaciones volverán a su normalidad y que no se preocupe.

 

El padre de la muchacha se tranquiliza. En ese momento siente confianza, llama a su hija y le explica que no se desespere, que todo va a salir bien. Yesenia calma a las demás muchachas diciéndoles que su padre está en la base, que ahí todo está en calma y que es cuestión de poco tiempo para que el carro comience a andar o el de emergencia venga y las recoja de acuerdo a como lo estipula el protocolo. En ese momento llaman desde la base por radio a José, el operador y le preguntan que, si hay extranjeros en el carro, José mira atento a las muchachas y, sin ocultar su vergüenza las describe una por una, al final dice que son nativas. En ese momento Yesenia, contadora de profesión, siente un estremecimiento interno y un escalofrío que le crispa la piel, pensó que las cosas, al parecer, no eran tan fáciles como las estaban poniendo, el asunto es mas serio del que parece. ¿Extranjeros? ¿Y por qué preguntarían por extranjeros? ¿Acaso no son vidas? Con un simple gesto se comunicaron entre ellas presagiando un problema mayor.

 

La base le comunicó a José que una polea estaba averiada, todos escucharon atentos.  Un usuario, por lo general desconocedor de las interioridades mecánicas de ese aparato puede pensar que una simple polea podría arreglarse en un par de horas, pero ellas estaban tan atentas a  la mínima expresión del operador cuando escuchaban, que al ver su rostro ensombrecido perdieron las esperanzas. José  sabía lo que eso significaba y sabia también que en el almacén del taller no estaba esa pieza.

 

6:00pm. Las atrapadas tenían cuatro horas en el funicular. Las cosas se estaban poniendo tensas. En ese momento llamaron desde la base para que el operador comenzara a pulsar unos botones del panel de control y le indicaron que con esa maniobra el carro podría moverse poco a poco hasta llegar a la cima. El operador comenzó a oprimir el botón, el carro despegó y al segundo se detuvo bruscamente, generando un movimiento violento y gritos de pavor entre los encallados. Las lagrimas que hasta ese momento no habían hecho acto de presencia en los rostros de las muchachas, comenzaron a brotar. Se abrazaron, se consolaron las unas con las otras. Era una escena digna de una película de terror, un dramático acontecimiento dantesco de proporciones inimaginables. José miraba hacia abajo. La situación se tornaba más desesperante debido a la altura. Se encontraban mas allá de la ultima torre roja, es decir a muchos metros sobre el nivel del mar.  

 

A esa hora, comenzaron a grabar videos y a enviar fotos. Las obligaron a apagar sus  celulares “por miedo a la prensa” dijo una de ellas luego. Se negaron a guardarlos. José les gritaba, las muchachas se asustaron y a regañadientes metieron los celulares en sus bolsos. En los descuidos del operador, enviaban a sus amistades una que otra foto o un video corto de la situación. Las cosas no estaban como para acatar instrucciones de quienes no cumplen protocolos, pensaban.  

 

6:15pm. Llamaron de nuevo desde la base y le indicaron a José que implementara el protocolo de bajada con cuerdas, las muchachas se negaron, le preguntaron al operador que si antes habían bajado personas con ese método y el operador les dijo que si, pero en simulacro solamente y no desde esa altura. Las sogas a las que se referían eran más bien despojos de lo que un día había recibido el nombre de  “cuerda”, eran endebles, estaban en muy mal estado, deshilachadas y asquerosas. Seguramente tenían años andando de abajo para arriba y de arriba para abajo sin ser usadas y tampoco sin ser cambiadas. El solo hecho de ponerles la mano daba hasta asco.  Ninguna  de las muchachas quería bajar por ese método. Se armó una discusión acalorada, el caos imperaba en la cabina, nadie respetaba a nadie, José lanzó los despojos de cuerdas hacia abajo, pero nadie quería usarlas. El tiempo se detuvo. Como un mar, brotaron lagrimas a borbotones, gritos de desesperación, abrazos sin fuerzas, rostros desorbitados tal vez implorándole a la Santísima Trinidad que no fuera el fin.

 

 

7:00 pm. Todas las miradas se dirigieron hacia el este al escuchar el tun tun tun de un helicóptero que se acercaba. Lo escuchaban, pero todavía no lo veían. Sintieron dentro de sus corazones un poquito de esperanza, sus rostros se iluminaron. Tenían cinco horas varadas. La confianza perdida renacía ante la expectación. El sonido del aparato se escuchaba cada vez más fuerte hasta que alcanzaron a verlo. Se abrazaron en medio de las lagrimas, sonrieron de felicidad “yo sabia que de alguna forma nos iban a sacar de aquí”, decían algunas, mientras extraían sus aparatos telefónicos de sus bolsos nueva vez, para informar a sus familiares de que ya les quedaba poco allá arriba. En la base, la muchedumbre que pernoctaba en las afueras de las instalaciones por instrucciones de no se sabe quién, estaba compuesta por familiares, amigos y curiosos. De repente comenzó a saltar la verja que cubre la entrada a las instalaciones y a apostarse en la explanada. No hubo forma de pararlos. Aplaudían. Se abrazaban. ¡Por fin, por fin, por fin! Mucho habían durado. Centenas de rostros felices auguraban que ya la pesadilla había pasado. Ellos también escuchaban el estruendosos estallido de las palas del helicóptero rompiendo el viento y sus corazones gozosos retumbaban también dentro de sus pechos. El padre de Yesenia rezaba un Padre Nuestro en silencio, hace rato que había renunciado a la comodidad de las instalaciones del teleferico precipitándose hacia fuera del recinto, buscando no se sabe qué, que le renovara la esperanza perdida. Ahí estaba ese señor de 55 años, maestro de escuela, expectante dentro de la muchedumbre, enardecida escuchando las aspas del helicóptero. Mirando hacia el cielo, absorto y convencido de que ya la pesadilla de cinco horas había pasado.

 

7:05 pm. Al llegar, el helicóptero daba vueltas alrededor del funicular, bajaba, subía, los ocupantes veían a los atrapados y los atrapados suplicaban con sus miradas como implorando; ¡sáquennos de aquí! Los ocupantes de la nave se les veía hablando en todo momento por sus aparatos de comunicación. José no sabia qué hacer, también él estaba atrapado, pero era su deber conservar la calma. Pasaron unos siete minutos y el helicóptero súbitamente se alejó, las muchachas lo miraron partir, luego miraron al operador tal vez pidiéndole la explicación que lamentablemente no tenía. Era la primera vez que se le presentaba esa situación, ni él mismo entendía. Al momento volvió la radio a sonar, los operadores de la base indicaban que lamentablemente con el helicóptero iba a ser imposible sacarlas. No terminó bien de pronunciar la ultima palabra el interlocutor cuando todas irrumpieron en llanto. Se convirtió en una especie de auto velorio anticipado. El miedo, la ansiedad, la turbación; eran indescriptibles.  Se quejaban luego, de que ese era un momento apropiado para que alguien con peso en la administración les calmara y les alentara. En ningún momento buscaron ayuda profesional para que, aunque sea por la radio calmarle los ánimos. Se preguntaban que qué clase de protocolo es el que tienen instaurado si es que tienen alguno.

 

8:00 pm. Transcurrían seis horas de terror. ¿Qué las motivó a subir al teleférico ese día? Fueron a celebrar el cumpleaños a una de las excompañeras del colegio. Le tenían una grata sorpresa justamente en los hermosos jardines que se encuentran en la cima de la montaña, un cumpleaños a todo dar a más de 800 metros sobre el nivel del mar. Ese día era de mucha actividad en el teleférico. Las 7 muchachas irían primero a preparar el escenario en la loma, mientras la festejada, medio engañada, subiría con otra amiga un poco más tarde y se encontraría con el cumpleaños allá arriba. Por azares del destino, antes de partir se dañó la sorpresa, pues resultó que estando con los tickets comprados, llegó la festejada y hubo que cantarle cumpleaños feliz al ritmo de perico ripiao con los muchachos que tocan güira, tambora y acordeón en al base del teleférico. La festejada, a pesar de que ya el cumpleaños no era una sorpresa, tampoco pudo ocupar el mismo carro que ocuparon las 7, debido a que, al llegar tarde, su boleto calificaba para el siguiente funicular y por esa razón no abordó el de sus amigas.  

 

En el triste y lacerante lapso de seis horas encerradas, habían consumido lo que llevaron para ese cumpleaños, y fue Dios, como dicen. Habían llevado bolas de yuca, quipes, pastelito, croquetas de pollo, mini pizza, una funda con 24 panes untados de mantequilla, una libra de jamón, un bizcocho, dos bigleaguer y una funda de hielo. Tuvieron que hacer sus necesidades fisiológicas de manera muy precaria en la neverita para el hielo, es decir, el numero uno, porque el dos con el susto, era imposible. Se cubrían unas con otras utilizando dos manteles que para el picnic habían llevado, mientras José lanzaba sus aguas turbias al aire.

 

11:30 pm. Algunas estaban mareadas y con dolor de cabeza, pero no había botiquín, o, mejor dicho, el supuesto botiquín que había se limitaba a ser una vieja caja oxidada sin nada dentro. En ningún momento la administración les envió nada, ni medicamentos, ni comida, ni nada con qué abrigarse -se estaban congelando del frio-. Fueron tratadas, según indicaron, “como si fuésemos animales”, en palabras textuales.  

 

12:10 am: A esta hora llegó el primer rescatista, mas adelante el segundo. Les dieron instrucciones de cómo bajar y una a una comenzaron a descender por las cuerdas. Poco a poco, con suma dificultad fueron bajando, el frio, el desconcierto, la deshidratación, eran elementos adversos para el descenso. No tenían suficientes fuerzas y se temía a cada momento que sucediera lo peor. Eran momentos de angustia, pero de decisión. La opción no era permanecer en el carro.

 

4:40 am. Yesenia posa sus zapatos en el frio y espeso manto vegetal de la montaña. El descenso duraba 5 minutos, unos largos 5 minutos. Luego de la recuperación, de recobrar el aliento, había que caminar entre la maleza a oscuras por espacio de dos horas para salir a la carretera por la parte de atrás de la loma.

 

7:00 am. Llegó a  la carretera y se unió a las que ya habían bajado. La medicaron, se desmayó, la condujeron a un centro médico donde la hidrataron y estabilizaron.

 

9:00 am. El padre de Yesenia le indica que la administración del teleférico quiere que ella vaya a las instalaciones, él desconoce para qué, pero para ambos el motivo podría ser el de pedirles alguna disculpa o para aclararles la situación y explicarles por qué los supuestos protocolos existentes no funcionaron. Llegaron y en la sala donde penetraron se encontraron a las demás victimas, todas nerviosas, cansadas, pero contentas de estar ahí, con vida. Todas esperaban lo mismo, por lo menos una explicación. Contaron que nadie les dijo nada. Simplemente, aparecieron unos camareros con unos platos de desayuno compuesto de yuca y dos huevos fritos. Después de 19 horas sin dormir, comer bien y en constante estado de espanto,  lo menos que deseaban era un desayuno tan variopinto como ese. Se marcharon y esta es la hora en la que todavía ni siquiera la han llamado para nada.

 

En conclusión, escribió una de ellas: 

 

Fue una experiencia muy triste y desconcertante a la vez porque no fue el hecho de quedarnos varados, porque  eso puede pasar y es entendido pero lo que no cabe por mi mente es como esa institución que es turística, no tiene un plan de emergencias seguro, ya que el método de ellos era tirarnos por la soga sin saber, ni tener a nadie abajo para saber donde íbamos a caer, ni equipos ya que solo tenían la soga y un enganche, no tenían el llamado pamper que nos pusieron y el acte donde los otros rescatistas traídos por Paliza y Emil desde Santo Domingo trajeron y no subió nadie del teleférico por dichosa soga de ellos a hacer el rescate nada nada solo que nos tiremos como chichigua a volar y caer en una mata como cayo el bulto con la soga cuando el operador lo tiro por primera vez.

 

Y luego las autoridades cogiendo solo cámaras y nada de interesarse en nosotros, gestionando comida o poniéndonos en comunicación con nuestros familiares que solo los tenían afuera del teleférico sin ninguna información y se tuvieron que volcar una pared mayoría para poner entrar y saber que pasaba con nosotros. 

 

 

Mis síntomas y el de las demás son hasta este momento: 

 

Fatiga constante, como que me falta el aire, las dos primeras semanas mareada y con sueño a pensar de descansar. Aún síntomas de mi asma, y he usado el tratamiento más de lo medicado. Trauma al usar en mi trabajo el monta cargas (el elevador) que hay y debo usarlo diario, aún ahora lo estoy evitando.

 

La más afectada me dijo que antes de ayer se me salieron los pipis y que no ha podido dormir bien desde entonces porque cuando cierra los ojos siente que está en el vagón y repite todo lo sucedido. Las otras han quedado con nervios.

 

Una perdió la voz después del trauma aún se escucha mal 4 horas tranquilas. De vez en cuando se me salen los pipíes y de la crisis que tengo no había podido salir a la calle, no puedo mirar hacia la loma y tampoco pienso no he podido volver a trabajar.

 

Nota: Este relato es una breve crónica de lo que sucedió en ese momento y tiene por objeto el que esa institución conozca las debilidades existentes y las prevenga conforme a protocolos internacionales. Si alguien se siente ofendido, refiérase a las victimas que nos han enviado esas informaciones. Los ocupantes del funicular eran más. Por respeto a todos, no mencionamos nombres, el nombre Yesenia, no es real.