El hecho de que la naturaleza haya capacitado a la mujer para la maternidad no significa que deba ni sepa ser madre, sino que puede ser madre. La fuerza del instinto maternal no siempre es suficiente para ser una buena madre en el sentido de ser una madre mejor.
Antes de ser madre, se debe ser primero plenamente mujer. Aunque la maternidad es una de las funciones que más puede satisfacer y colmar la existencia femenina, no constituye la única función en la vida de la mujer. La propia realización como personas es más importante que la misma maternidad.
La maternidad es sólo una parte profunda y hermosa de lo femenino. Considerarla como el todo en la vida de la mujer sería convertir a la mujer en unos instrumentos destinado sólo a la perpetuación de la especie.
El acto físico de haber tenido hijos no es suficiente para ser una auténtica madre. Cumplir con la función genital puede transformar en madre a una hembra; pero, a menudo esta consecuencia no es suficiente para dar a la madre valores de mujer.
Una persona que no sea auténticamente mujer difícilmente podrá ser al propio tiempo auténticamente madre.
La maternidad responsable es un estado de armonía interior. La maternidad es la riqueza de la mujer.
El matrimonio entre adolescentes, salvo en casos muy excepcionales de madurez mutua no produce uniones con las mismas posibilidades de acierto a que deben aspirar el hombre y la mujer adultos.
Aunque una adolescente esté fisiológicamente capacitada para tener hijos, todavía no está preparada psicológicamente ni para ser madre ni para ser esposa.
Además hoy toda una mujer necesita instruirse, lo mismo que el hombre, para disponer de una profesión que la proteja económicamente y debe adquirir el nivel cultural adecuado para realizarse como persona. En la adolescencia es muy difícil que se hayan alcanzado estas metas.