El embrujo de las marcas

Ultima Actualización: martes, 21 de enero de 2025. Por: Angel Artiles Diaz

El fenómeno psicosocial de esconder la mediocridad humana detrás de las marcas puede ser entendido desde varias perspectivas interesantes. Por ejemplo, desde la ‘Autopercepción y Autoestima’, al parecer las marcas tienen una aureola embriagante que obliga a perseguir los productos, aunque en el fondo carezcan de calidad y aunque no los necesitemos, las marcas producen una falsa ilusión de éxito y nos hacen creer que elevan nuestro estatus. Las marcas poseen la fuerza hipnotizante hasta de perfilar nuestras narices y de convertirse en escudos que ayudan a ocultar nuestras inseguridades, nuestra falta de confianza y nos crean una expectación de seguridad.

 

Botando dinero en objetos de marca buscamos aprobación social y muchas veces a nadie le importa lo que uses o dejes de usar. En la economía de mercado nos enseñan que es mejor ‘parecer’ que ‘ser’, a la realidad se imponen las apariencias, necesitamos una supuesta e incorpórea validación externa, muchas veces no se traduce en otra cosa más que burla. Creemos que al rodearnos de objetos de marcas costosas lograremos la aceptación social y se nos reconocerá como personas ‘bien’ y no el amasijo de mediocridad que generalmente somos.

 

Toda identidad personal se genera en el pensamiento crítico, en el sentido bien cimentado de pertenencia, que convence de que yo soy yo, independientemente de lo que lleve puesto, porque las marcas solo representan, lo que en la ciencia económica se denomina ‘fetichismo de la mercancía’, que nos hace creer que vivimos en estilos de vida y valores superiores a los demás de nuestra especie. En el ‘fetichismo de la mercancía’, las cosas aparentan poseer un valor autónomo libre de toda influencia de la realidad, de la materia prima de las que están hechas, de las personas que las producen, de lo que realmente deben costar. A este espejismo es lo que Carlos Marx llamó ‘fetichismo de las mercancías’, a esa ofuscación que nos hace pensar que las mercancías tienen vida propia parecen tener vida propia y los individuos que las usan son seres superiores, que merecen la reverencia de una inclinación cuando pasan orondos, turulatos y patidifusos.

 

Toda economía de mercado tiene en su agenda manipular el comportamiento de consumo de los grupos sociales, razón por la cual patrocinan el Marketing con toda la marejada de estrategias de   publicitarias, que manipulan, alienan y enloquecen los rebaños de consumidores y les crean la necesidad de comprar cosas que no necesitan, pero que, al comprarlas, nos creemos ingenuamente felices, pero realmente lo que hacemos es ocultar con la tela de una camias o un vestido los harapos de mediocridad inconsciente de  nuestras vidas, que,  por culpa del néctar embriagador de la publicidad y, muchas veces, por la falta de educación.

 

La ausencia de una cultura de consumo deja un vacío que lo llena la falsa creencia de que el éxito depende de lo que tenemos y que mientras más tenemos, más exitosos somos y, en ese hueco psicológico es que entra la publicidad y posiciona las marcas y las convierte en los símbolos de la superioridad y siembran en nuestra mente el espejismo que estamos evitando la mediocridad.