Docencia para formar y docencia para rentar

Ultima Actualización: martes, 07 de enero de 2025. Por: Artículo Invitado


Una de las grandes paradojas de la sociedad de la posmodernidad, anclada en el modelo económico y los valores filosóficos neconservadores que se parapetan tras proclamas de reivindicación del liberalismo clásico, es que coloca la producción de dinero como eje taxativo de la felicidad humana y, de manera simultánea, se sorprende de que los individuos abominen de los deberes humanísticos y renieguen de todo compromiso con lo social, lo colectivo o lo ideal.

 

En efecto, estamos en un entorno global en el que la “generación de riqueza” (nombre moderno del rentismo personal, industrial o comercial “a secas”) ha alcanzado estatura de leitmotiv social incontestable, y todo esfuerzo humano que no propenda a él se reputa ridículo y sin sentido (o sea, una simple y absurda “pendejada” de “perdedores”), en una reedición en el presente de las matrices de pensamiento que se presumían superadas por la humanidad a partir de los movimientos de reivindicación colectiva de los siglos XIX y XX.

 

¿Hay que recordarlo? En muchos sentidos, con el modelo económico en boga el mundo ha parecido retornar al pasado, volver sobre pasos transitados (pues el modelo no es nuevo, no tiene nada de genial, ni constituye epifanía alguna de pensamiento o de praxis político-estatal), a pesar de saberse casi con exactitud matemática por la experiencia pretérita hacia donde conduce a la postre: tras un auge inusitado de la producción de riqueza y del crecimiento económico inspirado en la iniciativa individual y la competencia, sobreviene la canibalización del mercado y la liquidación de la solidaridad interhumana, dejando una gran estela de ignorancia y pobreza y produciendo un relanzamiento espectacular de la delincuencia y la criminalidad.

 

La puntualización es viable: aunque muchos de los integrantes de las nuevas camadas de economistas, sociógrafos y políticos crean lo contrario (acaso porque las inconsistencias culturales, cierta petulancia petimetre y el apego irrestricto a los intereses existenciales inmediatos los empujan a ignorar y despreciar el estudio del pasado), el modelo económico citado -punto más, punto menos- es el mismo preconizado por Adam Smith y David Ricardo (en los siglos XVIII y XIX), Friedrich Hayek y Ludwig von Mises (a lo largo del siglo XX) o los “Chicago Boys” de Milton Friedman y Arnold Harberger (desde su “plan piloto” con el régimen de Pinochet hasta nuestros días), con la singularidad de que ahora sus presupuestos operan en un ambiente de absoluta santificación del capital y activa abominación del intervencionismo estatal.

 

Y algo parecido puede decirse de los valores filosóficos de moda: constituyen una vuelta al pragmatismo individualista y al irracionalismo autoritario (ambos predominantes entre fines del siglo XIX y principios del XX por la desilusión generalizada frente al liberalismo político y el idealismo filosófico), y a sus posturas de abominación respecto del humanismo social que, con base en el descrédito de la cultura y el auge de la ignorancia, ahora se hermanan con una reivindicación totalitaria de la racionalidad religiosa ya no solo para la vida espiritual de la gente sino también para su cotidianidad y sus apuestas hacia el futuro, sin parar mientes en que estrategias similares fueron las que, por ejemplo en el Medio Oriente, hicieron posible el nacimiento de los grupos fundamentalistas y la entronización de regímenes teocráticos con inclinaciones absolutistas.

 

Es en ese contexto que insurgen y adquieren prestigio los postulantes de la desfiguración de la democracia con la aplicación de la “mano dura” contra los infractores sociales (evocando la lógica y los métodos de la Inquisición, los regímenes tiránicos de los siglos XIX y XX y las instituciones policíacas y militares de toda laya), los cuestionadores del Estado de derecho y sus “debilidades” (bajo el alegato de que estamos lidiando con “salvajes” o “animales”, sugiriendo prácticamente volver a la “ley del talión”), y los nuevos “descubridores” (y persecutores) de un “falso humanismo” que insiste “ridículamente” en defender los derechos humanos y la originalmente muy cristiana doctrina de la compasión y la solidaridad entre los seres humamos.

 

Por supuesto, hay que repetirlo para que no se olvide: aunque están comprobadas la vejez y la falibilidad del modelo económico y los valores filosóficos mencionados, ello no significa que no sean novedosos y deslumbrantes para mucha gente en la actualidad: como se trata de formulaciones que durante toda una Era se consideraron natimuertas, deshumanizantes y no viables moralmente (por lo cual sólo sobrevivían en la nostalgia de los “barones ladrones”, los antiguos profesores de Economía  y ciertos autócratas o fundamentalistas del mercado), quienes no conocen la Historia ni tienen algún sedimento cultural siempre quedarán fascinados y cautivados por su retórica “desmitificadora” de los idealismos políticos y sus apuestas individualmente “liberadoras” y gestoras de “progreso” personal. ¿Hay que recordarlo? El devenir muestra que esa ha sido la eterna raíz nutriente de todos los totalitarismos.

 

En el terreno de la educación, las secuelas de la racionalidad creada por el modelo económico y los valores filosóficos en cuestión son omnipresentes en la República Dominicana: se critica la falta de vocación, compromiso y liderazgo de los maestros evadiendo el hecho esencial de que durante el último medio siglo se estimularon los estudios para ejercer la docencia sobre la base de los buenos salarios, las conquistas individuales y la facilidad de acumulación de dinero para el emprendedurisno comercial o la “dolce vita”. Y en esa acción estimuladora -tampoco puede olvidarse- coincidieron los sindicalistas, casi todos los gobiernos, los empresarios y los hacedores de opinión pública.

 

Y no es -una vez más deviene procedente la precisión- que los maestros no deban ni merezcan recibir adecuados emolumentos e incentivos: antes al contrario, son los profesionales que deberían tener los más altos ingresos en cualquier sociedad (debido a sus sacrificios, sus aportes a la colectividad y su rol de creadores de conciencia), pero siempre en armonía con su formación, su capacidad, su entrega al trabajo y, sobre todo, su rendimiento cifrado en resultados. ¿Nueva vez hay que recordarlo? Precisamente de lo que se trata es de que, en general (pues en el país hay excelentes docentes en todos los niveles), lo que se percibe con las el “ideario” y la conducta de las nuevas generaciones es que la educación formal, lo mismo que la familiar, ha sido un rotundo fracaso en los últimos tres o cuatro decenios.

 

La cuestión, pues, sigue siendo la de antaño: la tensión entre la docencia para formar (predominante ayer) y la docencia para rentar (predominante hoy) llegó a su punto de quiebre hace tiempo en beneficio de esta última al amparo de la racionalidad creada por el modelo económico y los valores filosóficos que se han impuesto y prevalecen en la posmodernidad, y -con las debidas excusas por el inapropiado ejercicio de pesimismo- tomará bastante tiempo recuperar el equilibrio ideal… si es que hay intención de hacerlo.

 

El autor es abogado y politólogo. Reside en Santo Domingo.

Por Luis Decamps 

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