La vida es vida porque está en constante cambio.
¿Para qué vivir si no nos movemos?
Apegarse a una posición, a un trabajo, a una casa, a una pareja, a una amistad, a un espacio, a unos muebles, aunque parezca loco, es lo que está mal.
Y para mí no se trata de salir de la zona de confort; yo amo mi zona de confort. Más bien, se trata de que nos acostumbramos a zonas que dejan de ser confortables, pero por costumbre o miedo nos quedamos ahí parados, ignorando el mundo de posibilidades que existe afuera.
La vida nos demuestra que, cuando surgen cambios y no los asumimos, ella misma termina pateándonos el trasero hacia una nueva realidad. Ese golpe a veces es suave, otras veces no tanto.
“Deberíamos entenderla a la primera para evitar moretones.”
No le temas al cambio; asústate si estás viviendo en automático, viviendo por vivir.
A todo esto, agreguemos un tanto de fe: fe en Dios, confiar en que está de nuestro lado y que Él siempre obra para nuestro bien.