Se ha vuelto mi cosa favorita escuchar historias de seres humanos que andan por la vida con un poco más de experiencia que yo.

Y en ese proceso de consumir contenido de este tipo he logrado aprender mucho, entender mucho y aplicar ese aprendizaje.

Hemos escuchado que de experiencias ajenas no se aprende, y esto no es del todo cierto.

Allá afuera hay personas que han vivido traumas muy fuertes y al contarlos se liberan y ayudan a otros a salir de situaciones que los pueden llevar a pasar por lo mismo, o en su defecto a evitarlos por completo.

A diferencia de años atrás, ahora tenemos más apertura para hablar de temas complejos y para tener conversaciones incómodas.

El secretismo entes era un calvario, para una gran mayoría que sufría de abusos, burla, maltrato y violencia de todo tipo.

Alzar la voz es cosa de valientes, no es fácil para una mujer admitir que el hombre que ama y padre de sus hijos la golpea, o para una madre contar que su hija es violada por su propio padre, una cantidad exagerada vive esto en silencio y al escuchar otras historias de personas que han pasado por lo mismo, entienden que esta no tiene por qué ser su realidad y se empoderan.

No es necesario que todos los que han pasado por tragedias se ponga frente a una cámara, se expongan y lo cuenten, pero que bueno que si existen seres humanos que en un acto de valentía, como lo es mostrarse vulnerables, hablando de problemas por los que han pasado, le logren salvar la vida a otros con tan solo contar su historia