El asunto del ingreso de un alto exjefe militar a la Academia de la historia ha desatado un avispero. Personas de diversas tendencias políticas han opinado. No sé ni me interesa si es o no es historiador como se ha cuestionado, pues entiendo que en el seno de la Academia hay ahora mismo cierta diversidad, que no viene a cuenta, ni somos quienes tenemos que juzgar si corresponde su membresía legítimamente o no.
La cuestión es que veo que a quienes hemos expresado nuestro desacuerdo, como un derecho legítimo a la libertad de expresión, ahora que no encuentran argumentos nos tildan de “izquierdistas”, mientras expresan que a quienes fusilaron fue a “guerrilleros”. Tras ciertos sofismas y falacias de razonamiento quieren justificar crímenes de lesa humanidad.
Hay acuerdos internacionales, protocolos, etc. firmados por el gobierno dominicano. Cuando alguien muere combatiendo, simplemente murió, aunque no sea tan simple admitirlo, pero desgraciadamente la guerra es la guerra. Pero lo que no es guerra ni se justifica es el irrespeto por los prisioneros de guerra. Gente que no se entregó porque los sorprendieron. En lo que se trata y critica, es de combatientes que negociaron “bajo palabra de honor” su rendición y quienes los recibieron se comprometieron a garantizarle sus derechos como prisioneros de guerra. Entonces no nos vengan con esas falacias y ese desprecio por la vida humana, de líderes valiosos, sin importar ideología alguna, pues los derechos humanos no solo son para los derechistas, también los izquierdistas tan criticados, tienen derechos humanos.
Fusilar prisioneros de guerra es un grave crimen. Si como dicen los JEFES de la Academia de la Historia, “él estaba en disfrute de sus derechos civiles y políticos” cuando se lo admitió en dicha institución. ¡Qué bárbaros! Pues parece que ellos estaban en la luna, pues hace muchos años ese personaje estaba siendo cuestionado duramente y si no estaba bajo la acción judicial o condenado, todos conocemos las razones, no porque haya que presumir su inocencia solamente, sabemos que hay razones de peso. Por el mito de la “independencia” del poder judicial y “ el miedo” que se tiene de los estamentos militares, precisamente por sus capacidades vengativas extremas contra los civiles, que es el único valor que Trujillo insufló a su Ejército de patanes, y que se reproduce generación tras generación, sin importar la actualización y/o preparación técnica o intelectual de estos, hasta nuestros días.
Así, que, respetémonos, una cosa es caer en combate, y otra es fusilar a prisioneros que se han entregado bajo juramento mutuo con sus verdugos.