Los 32 grados Celsius de Sosua

Ultima Actualización: lunes, 23 de abril de 2018. Por: Luis Henriquez Canela

Lo que uno no se explica es cómo, una comunidad que produce tanto como Sosua tiene un tribunal en esas condiciones

Mientras esperábamos pacientemente nuestro turno para pasar a la sala de audiencias, se escuchaba una joven expresar una retahíla de amenazas a la secretaria del tribunal. Tendría

unos 30 o 35 años, flaca, medio desaliñada. Falda negra larga y blusa estampada. Lucía limpia, aunque acalorada. Eran las diez de la mañana. La flaca, que hace unos instantes había salido de la sala de audiencias, exigía con vehemencia a la secretaria que le mandaran a “buscar” con la policía al hombre con el que había procreado dos niños porque éste no le estaba “dando nada” para la manutención de los infantes.

 

Su caso estaba en el roll de ese día, se había conocido hacía breves instantes. Al escuchar la estridente exigencia que le hacia la flaca a la secretaria, el alguacil de estrados salió apresurado a la oficina que también fungía como sala de espera y procedió, de manera muy calmada, explicarle los detalles de lo que había sucedido en la recién pasada audiencia, un error en la citación al individuo hizo que el juez aplazara el conocimiento de su proceso. La flaca no entendía nada. Su voz crecía en estridencia. Según una aplicación del celular, la temperatura rondaba los 32 grados Celsius en esa salita donde diez o doce personas, la mayoría abogados, captaban todos los detalles. La concurrencia se enteró de que ella tenía un tercer hijo con un hombre que trabajaba en La Romana, pero que a ese no lo iba a demandar ahora hasta que no resolviera con “el de aquí”.

 

Sus reclamos iban encaminados, según se pudo notar, a que “el de aquí”, pasara por la vergüenza de ser conducido. Lo peor que le puede pasar a un residente en La Piedra de Sosua, era que se detuviera en frente de su casa una camioneta blanca con las siglas de la Policía Nacional, luces encendidas y dos policías tocando la destartalada portezuela llamando delante de los vecinos y de todo el que pasara en ese momento. El cotorreo posterior sobre la situación, le daría una satisfacción casi orgásmica a la flaca. Quizás, en su fuero interno, eso era lo que quería, sentir la satisfacción de ver cómo su prepotencia se manifestaba en acto y el acto en vergüenza. El asunto es que mientras con mayor claridad le explicaba el alguacil sobre el procedimiento, menos entendía. Finalmente, éste tuvo que retirarse mientras la flaca continuó profiriendo palabras de todo tipo a la secretaria, incluyendo “me la vas a pagar”. ¡Válgame Dios!, como si esa muchacha tuviese en sus manos la solución de sus problemas.

 

Aproximadamente a las once treinta de la mañana, entramos a la sala, sudorosos y medio despeinados por el calor insoportable del lugar. No es para menos,  el tribunal se encuentra ubicado en el patio trasero del ayuntamiento de Sosua, lugar, que en vez de un juzgado, parece un almacén de mala muerte. En la oficina, la que a su vez sirve como sala de espera, hay unos archivos de metal, de los de cuatro gavetas, encima de ellos, centenas de cajas de cartón conteniendo expedientes de casos como el de la flaca, fallados, pendientes o abandonados. Cuatro o cinco escritorios casi uno encima del otro, sillas destartaladas y unas condiciones pésimas para trabajar. Aun así, se respiraba un ambiente de colaboración entre el personal. La verdad debe ser dicha; son hacendosas las muchachas. Sus rostros revelan una capacidad extrema de soporte ante unas condiciones de trabajo tan precarias.      

 

En sus ojos serenos se notaba a leguas el dejo de resignación. Es, sin lugar a dudas, que el progreso no ha llegado al Juzgado de Paz de Sosua. ¿Qué pensarán los europeos cuando van al lugar que se supone debería ser un sitio con ciertas condiciones, solemne, cómodo, agradable, hasta con cierta pompa, donde se imparte justicia?   

 

El escenario en la sala de audiencias es más tétrico aun, el juez, que debe cumplir con las imposiciones en cuanto a vestimenta que le requiere la Ley; toga y birrete, se encuentra en una situación de desventaja con relación a los demás, éstos pueden asistir más ligeros, mientras que el primero no. Nunca iba a pensar el honorable (y no de los del congreso) juez, que siendo egresado de la prestigiosa Escuela Nacional de la Judicatura tendría que pasar tantas vicisitudes para aplicar sus conocimientos.  Enviar un juez al Juzgado de Paz de Sosua se asemeja a cuando enviaban un militar a la frontera; una especie de castigo porque, seamos claros, tres o cuatro horas sentados soportando una temperatura de 32 grados dentro de ese cuchitril, hace vacilar al más vigoroso.

 

Se le veía pálido, sudoroso, ojos vidriosos, la piel del rostro brillosa por efectos del sudor. Parecía más un gladiador que un juez. Daba pena. Imagino que mientras cursaba sus materias en la comodidad de una de las aulas de la escuela en Santo Domingo, no se imaginaba que tendría que trabajar en el infierno.

 

Lo que uno no se explica es cómo, una comunidad que produce tanto como Sosua tiene un tribunal en esas condiciones. A otras instituciones públicas, tal vez no menos importantes, le han fabricado sus locales, ¿Por qué no el tribunal? ¿Acaso su razón de ser es menos importante?  ¿A quién reclamar? El Consejo del Poder Judicial está muy atareado para ocuparse de un municipio tan lejano. ¿A quién le duele Sosua? Al parecer a nadie. Porque, haciendo un breve paréntesis en este divagar de mi entendimiento, ¿y el hospital mil veces prometido? ¿Dónde está? No se sabe. Ese hospital podría llamársele “el hospital de las campañas” ¡Cuántas elecciones ha ayudado a ganar!

 

Volviendo al tema, sería injusto plantear un problema y no proyectar su posible solución, en ese sentido, lo que se me ocurre es hacerle un llamado a la alcaldesa Ilana Newman, mujer diligente y que ha demostrado temple y coherencia en su trabajo, para que en lo inmediato, por lo menos diligencie que le coloquen los aires acondicionados al destartalado edificio. Es seguro que tanto el juez, así como todo el personal y los visitantes se lo vamos a agradecer.   

 

32 grados es mucho para tener encima una toga y un birrete, es mucho para soportar insultos, ofensas y agravios. ¡Sosua merece más porque aporta más de lo que recibe!  

 

¡Alcaldesa Newman, Sala Capitular, resuelvan eso!