Carrillón

Ultima Actualización: lunes, 09 de abril de 2018. Por: Artículo Invitado

Sin Temor… Ni Favor…

Por Luis H. Arthur S.

Los famosos 5 sentidos que todos tenemos, son los sensores con que fuimos dotados para poder apreciar características del mundo que nos rodea.

Con ellos detectamos sabores, olores, sonidos, toques y aproximaciones y vemos el espacio que nos rodea.  Cuatro de ellos se encuentran en la cara y uno en el órgano más grande del cuerpo, la piel.

La luz, los colores, el movimiento de las cosas, la profundidad, se encuentran en el sentido de la vista que se encuentra en los ojos.  Los perfumes y las fragancias, el aroma de todo a lo que tenemos acceso y que nos llega en el aire, están en el sentido del olfato que está en la nariz.   Con el sentido del gusto podemos identificar el sabor que tienen las cosas y distinguirlas unas de otras.  Con el oído escuchamos los ruidos, que son frecuencias que hacen vibrar el aire.  Con este sentido oímos la música, frecuencias armónicas que a la vez nos hacen vivir y alegran nuestro espíritu.

No existe un pueblo, una comunidad que no cante, ningún ser que de una u otra forma la música no le alegre, le calme, le sane y lo haga a veces hasta bailar involucrando bajo este influjo muchas otras partes del cuerpo.

Por eso no extraña que los países tengan en gran estima su folklore y que se lo quieran mostrar a todo visitante, como algo suyo propio que le distingue y caracteriza.

Un servidor que nació en Puerto Plata, ciudad norteña de la Republica Dominicana, tiene bien grabado primeramente los sonidos del hogar y de la ciudad: el pitar del tren, el de los barcos al entrar o salir del puerto, la campana del vigía que atisbaba el horizonte marino en busca de naves acercándose, el trotar de caballos y carretas y los epítetos maldicientes de los carreteros así como el tronar de los fuetes, la sirena de los bomberos a las 7 de la mañana, las doce del día y las 5 de la tarde, las melodías que salían de tantas casas donde alguien tocaba piano y que se escuchaban al pasar en una ciudad bastante tranquila y poco ruidosa, los canticos de los niños en las escuelas, el pregón de las “marchantas” ofertando sus mercancías, el de aquellos que fotuto en mano avisaban de algún evento, película o producto, el rugir del mar, sobre todo en el silencio de aquellas noches tachonadas de estrellas y más cuando alguna tormenta llegaba hasta la costa, las retretas de domingos y jueves en el parque central, de la orquesta municipal, el carrillón de las campanas de la iglesia llamando a misa o tocando a duelo por la muerte de alguien en sonidos pausados y tristes, lejos de la algarabía natural de otros toques, y sobre todos, el del reloj público que cada cuarto de hora, día y noche, año tras año, nos repetía unos toques característicos a la que nos acostumbramos, nunca nos molestaba y a veces hasta ni percibíamos.

Son recuerdos únicos que aunque en esa época no lo sabíamos, formaban parte de nuestra identidad única.

Sucede que mi Abuelo fue responsable del reloj público hasta su muerte.  En la familia Arthur entendemos que él lo instaló y se ocupó de su operación y mantenimiento hasta su muerte acaecida en 1928.  Su hijo, Rafael José a quien todos conocían como Fefel, se hizo cargo hasta que más tarde, se lo pasó a mi padre, cuando sus obligaciones en el Banco de Reservas del que fue fundador y por ayudar a su hermano con los $15 mensuales que pagaba el Municipio por este trabajo.

Mi padre lo tuvo hasta su jubilación a mediados del 1970.  Él me enseñó todo lo que debía saberse acerca de este y desde alrededor de los 12 o 13 años, fue mi juego más que una obligación.  Cada semana subía a aceitarlo, darle cuerda, corregirle el tiempo y graduarle el péndulo, que eran las labores rutinarias.  A los 17 años me fui por 4 años a estudiar a San Cristóbal, al Instituto Politécnico Loyola, y ya nunca más regrese perennemente a mi pueblo, y mi padre volvió a subir escaleritas empinadas y peligrosas todas las semanas.  Como ven este viejo reloj estuvo ligado desde su instalación a nuestra familia.

Los recuerdos de la niñez y la juventud siempre persisten sin que las necesidades materiales los empañen, y al pasar de los años se hacen dulces recuerdos como sueños vividos.

No importa que haya pasado más de seis décadas ausente y que pocos de la familia permanezcan en Puerto Plata.  Siempre me asalta la idea de hacer algo bueno por mi pueblo y he pensado juntarme a otros que también se alejaron o no, incluidos los familiares, y hacer un homenaje al ancestro que dio origen a aquel reloj que marcó el tiempo de todos.

Y ya que Puerto Plata se ha convertido en una ciudad turística llevándose el romanticismo de nuestra Tacita de Plata, revivir el Carrillón y con buena ayuda convertirlo en Marca de Origen.

Llenar la ciudad con un sonido melodioso, suave, característico de sonidos armoniosos que nos den una marca en el mundo como se la ha dado a tantos otros, y sea un atractivo turístico más que a nadie incomode y que a todos alegre.

Quisiera junto a todos, añadirle un nuevo sabor a nuestro pueblo, como lo son las playas, el teleférico, las casas victorianas, Isabel de Torres, el paisaje inigualable y ese verdor rebosante todo con olor a yodo y aire limpio.

Busquemos usar para esa inundación de “música” suave en forma de carrillón, melodías de grandes maestros y de iconos de nuestro pueblo como Juan Lockward, Rafael Solano y otros.

Si Dios nos presta vida, buscaré ser motor y aglutinador para diseñar y construir algo con nuestras autoridades y otros, que nos marque y distinga, que sea algo duradero, bello y bueno, rescatando y quizás mejorando algo de lo que fuimos y ahora está olvidado.

 

luis@arthur.net * www.luis.Arthur.net * www.luisharthur.blogspot.com *8/IV/2018