Es hora de despojarnos del fanatismo religioso y que conozcamos nuestra verdadera historia

Ultima Actualización: lunes, 25 de septiembre de 2017. Por: ANTONIO HEREDIA

Haciendo uso de mi autoindulgencia, me lleno de bizarría para criticar con altura las grandes falacias y el fanatismo religioso que, a lo largo de cinco siglos y 22 años.

Haciendo uso de mi autoindulgencia, me lleno de bizarría para criticar con altura las grandes falacias y el fanatismo religioso que, a lo largo de cinco siglos y 22 años, han cercenando la prudencia de un pueblo tan valioso y valiente que habita en esta media isla del área caribeña de América.

En esta oportunidad, os confieso que estoy lleno de estupor, ya que, a 522 años de un genocidio contra los primeros pobladores de estas tierras, miles de compatriotas cada 24 de septiembre de cada año, devotamente veneran a una deidad religiosa, que supuestamente les concedió la victoria a los colonizadores europeos, en la mal llamada batalla de La Vega Real.

Propicio en el momento para aclarar, que desconociendo la auténtica versión que dio origen a la errónea veneración de la denominada “Madre de Dios”, son infinitos los dominicanos que acuden en procesiones, penitencias, promesas y tours, al lugar ubicado geográficamente en el mismo corazón de valle del Cibao, llamado “Santo Cerro”.

Ese punto, fue teñido de sangre inocente el 27 de marzo de 1495, sirviendo de escenario de la batalla del Jáquimo, que en verdad fue una abominable matanza en contra de los descendientes de los caciques aborígenes Caonabo, Guarionéx y Gucanagaríx, donde se puso de manifiesto la crueldad de los colonizadores que endemoniadamente buscaban fama y fortuna.

Dicha matanza fue llevada a cabo contra los nativos sublevados por la captura del cacique Caonabo, quien a pesar de su bravura fue engañado por un perverso colonizador de nombre Alonzo de Ojeda y los aborígenes en su firme decisión de liberar al líder del cacicazgo de Magüana, jamás imaginaron hasta donde llegaría la maldad de una raza forastera que utilizando todo tipo de armas y perros amaestrados (mastines), sin piedad los mataron a todos.

Irónicamente, en el suelo del precioso valle de La Vega Real aún tintado con la sangre de los aborígenes, por orden de Cristóbal Colón fue clavada una enorme cruz de madera en el tope del Santo Cerro, y según cuenta una increíble leyenda, en el fragor de la lucha, los nativos estaban aniquilando a los europeos, pero ahí se apareció la imagen de la Virgen de Las Mercedes, siendo el incentivo milagroso para que los españoles triunfaran e hicieran huir a los indígenas.

Apelando a la razón, me pregunto cómo es posible que una presunta divinidad en medio de una batalla desigual, dizque favoreció al grupo de forajidos como eran la mayoría de los conquistadores españoles, quienes en el mismo lugar donde hoy se venera a dicha virgen ejecutaron con disparos de mosquetes y arcabuces, pero también a filo de sables, espadas y jabalinas, una de las más terribles matanzas de indígenas que habitaban la isla La Hispaniola.

También, quiero resaltar que las sagradas escrituras afirman que Dios aborrece la soberbia, y precisamente sin imaginárselo miles de dominicanos son soberbios, cuando en señal de veneración acuden todos los 24 de septiembre al Santo Cerro, en la búsqueda de supuestos milagros, recuperación de la salud y la solución de problemas personales.

Sin duda alguna, esas acciones de los devotos a “Las Mercedes”, desdeñan la cruenta matanza de indígenas del 1495 que es uno de los capítulos más lúgubres acaecido en nuestro territorio cuyo pasado es muy oscuro y lleno de muerte, y esa tradición religiosa lleva más de cinco siglos de incomprensión.


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