De informes conformes y con formas en este casi asfixiante calor al entrar el verano, observamos a la anfitriona preparar lo que puede ser una rica limonada.
Cuchillos limpios y afilados. Recipientes donde exprime la fruta con una limpieza que relumbra. La misma agua es buena. Cien por ciento potable.
Ella, se maneja con destreza. Un enjambre de moscas revolotea en los alrededores. Nosotros simplemente observamos.
Dirigimos la mirada hacia el lugar desde donde estos insectos son atraídos y notamos que los objetos de atracción de las moscas –algunas de ellas de buen tamaño – son unos recipientes vacíos, maltrechos y usados, pocos limpios, asqueantes y que yacen sobre una pequeña mesa no muy limpia por demás, a espera de ser higienizados.
En algunos vasos –no en todos – aún se notan las huellas de pintalabios de esos baratos que se pegan doquiera tocan sus portadoras, por igual huellas de manos no muy agradables.
Una joven se acerca –moza le llamaban antes – pensamos es la encargada de lavar los vasos para alejar un poco las moscas que los acarician permanentemente.
Nos equivocamos. Los coloca en una bandeja limpia, hermosa y reluciente.
La limonada despide un olor penetrante como si invitara a probarla.
La marcha voladora sigue como la noche al día, los pasos de la joven con la bandeja y los vasos sin lavar.
¿Tomaría usted del refrescante jugo al brindarlo en aquellos recipientes no higienizados?
El jugo de limón es saludable, nutritivo y muy refrescante, ¿Tomaría usted uno o dos vasos de este que hablamos?
¿Medio vaso tal vez? ¡Pero, el jugo es bueno! ¡Limones frescos! ¡Agua purificada!
¿Tomaría usted?
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