Una historia inspiradora

Ultima Actualización: lunes, 24 de septiembre de 2018. Por: Luis Henriquez Canela

Dentro de las historias inspiradoras de la semana pasada está la del limpiabotas que logró conquistar la posición de fiscal.

Él lo cuenta con una frescura y facilidad que lleva a cualquiera a pensar cuan fácil ha sido su conquista. ¿Fácil? Si, fácil narrar la historia, pero difícil, muy difícil haberla superado. Porque nosotros estamos en una sociedad del sálvese quien pueda. Una sociedad dura, en la que subir es casi imposible. Y solamente se hace posible a fuerza de una perseverancia pujante potenciada por la necesidad. Sólo la necesidad hace grandes hombres. La bonanza los corrompe y los hace vagos, inservibles, petulantes y engreídos.

 

En esa historia me veo a mí mismo, veo a decenas de amigos y conocidos. Veo a Marino, a Pedro, a Eddy, la veo a ella; veo a tantos, que mencionarlos uno por uno sería como escribir un libro de nombres.  Todos vencieron a pesar de las vicisitudes. Todos llevan marcadas profundas cicatrices convertidas en laureles, coronas y palmas.

 

¿Cuántas historias inspiradoras tenemos a nuestro alrededor? Historias que serán contadas más adelante, como esa, la del limpiabotas. ¿Cuántas? Muchas, pero no tantas. Deberían ser más. Si cada uno de nosotros, los que tenemos historias parecidas, lográramos identificar una historia en potencia, una historia que podría más adelante ser contada y pudiésemos ayudar a esa persona, tendríamos una mejor sociedad hacia el futuro.

 

Por sólo presentar una idea que podría ser eficaz, las sociedades de padres y amigos de las escuelas deberían tener dentro de su matrícula a uno o dos egresados exitosos que cooperen y sirvan de ejemplo a los estudiantes. Que interactúe, que aporte para que los estudiantes vean en él, la inspiración y la historia por contar.

 

A veces pienso que al parecer, todo lo hecho por el hombre hasta ahora, lo que persigue es la aniquilación del hombre mismo, no su superación. Su destrucción por vía de la miseria moral y económica.

 

¡Miseria humana! A todo se acostumbra uno. "Crimen y castigo" (1866), Fiódor Mijáilovich Dostoyevski