MARIO CONDE DOMINICANO
27 de julio de 2007
El aumento desproporcional de la cartera de
préstamos de consumo de los bancos comerciales del país con
relación al de la cartera total, debe mover a preocupación.
¿Qué mecanismos tiene la ley monetaria y
financiera que obstaculiza el que los bancos presten para
actividades productivas? Sencillo, que a partir de cinco
millones de pesos los empresarios deben presentar los estados
financieros que demuestren su capacidad de pagos, estos estados
deben ir sellados por la Dirección General de Impuestos
Internos.
Demostrar o no demostrar capacidad de pagos
no fue lo que llevó a la quiebra a los bancos a principios de la
década del 1990 y en el 2003, más bien fue la
irresponsabilidad gubernamental en la supervisión, el laize
faire en el otorgamiento de redescuentos autorizados
graciosamente y sin ningún tipo de control.
Esos bancos no quebraron por malos
préstamos, ni porque los empresarios no presentaron estados,
quebraron por un exceso de complacencia general, incluyendo las
actividades de supervisión.
No solo es el flamante Mario Conde
dominicano que debe pernoctar en el banquillo de los acusados,
ahí también deberían permanecer muchos de los funcionarios de
entonces, incluyendo al propio ex presidente que fue incapaz de
prever que detrás de todos esos desayunos, fiestas y dinero a
mansalva, se encontraba el mayor fraude bancario jamás imaginado
por nadie.
El asunto es más grave de lo que parece
tomando en consideración la tibieza con que las autoridades de
ahora tratan la cuestión, el apoyo recibido y la relación que
tienen sus defensores con estas mismas autoridades.
Mientras tanto, el ciudadano, caminando
despacio, agobiado por el peso de una deuda utilizada para
comprar un pastel que no disfrutó, está pagando las
consecuencias, y no conformes con eso, también lo invitan a
presenciar la audiencia vergonzosa de un fin que nunca será como
debe ser.
No solo es Mario Conde que debe estar
pasando por la desvergüenza de la acusación, sino todo aquel que
tenia la calidad para tomar una decisión a tiempo, en su momento
y no la tomó en detrimento de toda una nación.
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