HAY MUERTOS QUE SE
LLORAN O NO.
15 de enero de 2007
Doña Yolanda Artiles, siempre con su
intuición saludablemente aguda, pregunta que por qué no escribo
ahora sobre los muertos que no se lloran. Se refería ella a un
articulo que escribí hace algún tiempo sobre sucesos de esos
lamentables que han pasado en nuestra ciudad.
Creo, Dios quiera que me equivoque, que
Doña Yolanda se refería a la muerte del Fiscal Adjunto de Sosúa.
Todos han escrito sobre eso, hasta los que nunca lo hacen. Yo
tengo mis propias opiniones sobre el particular porque tuve la
dicha de trabajar en Sosúa por espacio de casi cinco años.
Doña Yolanda, la gente sabe, la gente
conoce quién es quién en cada ciudad. No quiero juzgar porque
eso hay que dejarlo a los jueces, pero la gente sabe. Si era
bueno o malo, si extorsionaba, si hacia bien a sus
conciudadanos, eso se sabe. En las entrañas del pueblo, tras
bastidores, detrás de las paredes, hablando bajito, murmurando
con el vecino, el pueblo de Sosúa sabe y muy bien.
Hay temas que están tan debatidos, temas
que encierran tantos intereses, algunos en los que no quiero ni
meterme, que me da grima tocarlos, que no vale ni la pena
tocarlos.
Si era bueno o malo sólo el tiempo se
encargará de demostrarlo, el tiempo que todo lo puede, que sana
las heridas, que permite ver el bosque antes que los árboles,
que juzga, que adjetiva, que encuentra, que atribuye, solo el
tiempo dirá si sus consabidos esfuerzos por acabar con una
situación eran esfuerzos salidos del corazón o no.
A propósito voy a contarle un cuento citado
por el escritor Argentino Jorge Bucay en su libro "El Camino de
las Lágrimas", Editorial del Nuevo Extremo, S. A., Buenos Aires,
Argentina, Segunda Edición, página 140, veamos:
Había una vez un mendigo que se encontró
por azar en la puerta de una posada que tenia colgado un gran
cartel con el nombre del lugar. Se llamaba “La posada de san
jorge y el dragón”. Imagínese la situación: está nevando y el
mendigo tiene hambre y mucho frío pero no tiene dinero. Golpea
la puerta de la posada. Se abre la puerta y aparece una señora
con cara de muy pocos amigos, y le dice:
-¿Qué quiere?
El mendigo dice:
Mire, yo tengo
hambre y frío…
-¿Tiene dinero? –Le
grita la mujer.
-No, dinero no tengo
– y ¡plaf! La mujer le cierra la puerta en la cara.
El tipo se queda así
desolado.
Está por irse pero
decide insistir.
Entonces golpea otra
vez.
-¿Y ahora qué
quiere? –le dice la señora.
-Mire, le vengo a
pedir por favor que me de…
-Acá no estamos para
hacer favores, acá estamos para hacer negocios. Esto es una
posada, un negocio, ¿no sabe lo que es una posada? ¡Así que si
no tiene dinero se va! ¡Y si no tiene para comer, muérase! ¡Plaf!
Otra vez la puerta en la cara.
El tipo está por
irse pero decide insistir. Una vez más golpea la puerta y dice:
-Mire, señora,
discúlpeme…
¡Discúlpeme, nada!
Mire, si no se va, le voy a tirar un balde de agua fría encima.
¡Fuera!
Y ¡plaf! Vuelve a
cerrar la puerta de un golpe.
El tipo baja la
cabeza y retoma su camino.
Se está yendo y al
llegar a la esquina alza la vista y ve nuevamente el cartel que
dice “La posada de san jorge y el dragón”.
Entonces decide
volver. Por última vez golpea la puerta.
La señora le grita
desde adentro:
-¿Y ahora qué
quiere?
El mendigo contesta:
-Mire, en lugar de
hablar con usted, ¿no puedo hablar con san Jorge?
Sin comentarios.
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