EL CONDUCTOR DEL INFIERNO
22 de Mayo de 2008
A través del espejo
retrovisor izquierdo de mi vehículo observaba la sonrisa burlona
y la mirada pícara de un analfabeto al volante.
Estaba echando
combustible en la antigua “bomba de memo” y le preguntaba al
“bombero” si era posible me proveyera del correspondiente
comprobante fiscal por el combustible despachado. En ese momento
irrumpió ese camioncito Daihatsu cargado de estrepitosas
bocinas. Se trataba de uno de esos, no recuerdo cómo es que le
dicen, pero se trata de uno de esos camiones preparados con todo
lo necesario para que gente que vivan a veinte o treinta cuadras
sepan que está por ahí anunciando las bondades de un candidato o
una actividad politiquera.
Eran las bocinas del
Senador Francis Vargas anunciando la actividad de celebración
del triunfo peledeísta. Tremenda cosa esa, la de invitar a los
ciudadanos mediante la absurda estridencia de un método
prehistórico.
La música escandalosa
embadurnó el aire y se coló, cual indeseable invitado, entre la
conversación que sosteníamos el despachador y yo. Saqué la mano
izquierda como en señal de protesta y después por mi espejo
retrovisor fue que vi la cara burlona del conductor del infierno
que estaba detrás de mi vehículo.
Pensé que siendo 21 de
mayo ya, me había librado de tan indeseables contaminantes
sónicos. Pero no era así. El conductor del infierno y yo nos
mirábamos fijamente, yo a través de mi retrovisor y él a través
del cristal delantero de su escandaloso Daihatsu.
El error mío, pensé
luego, fue el de haber proferido el insulto temerario sacando mi
brazo en indicación de desacuerdo con el alto volumen. El
conductor del infierno, quizás pensaba que se trataba de un
perredeísta amargado por la derrota, molesto por el anuncio de
la fiesta. No era así. Se trataba sólo de un simple ciudadano
harto de escándalos, empachado de la estridencia descomunal, del
irrespeto a un pueblo desprotegido, víctima de dirigentes
insensatos.
Fui temerario, lo
reconozco, quizás hasta atrevido porque, como dicen, con el
poder no se juega.
El sarcasmo de su mirada
y el gesto entre triunfante y amenazante a la vez, me hizo
pensar por un momento en que, al sacar mi brazo había cometido
el más grande de mis errores. Miles de pensamientos brotaron de
mi cabeza en ese momento. Pensé; y si se desmonta, viene hacia
mí, me saca por un brazo y me hace ver quien está en el poder.
Pero mis pensamientos estaban más allá de lo que realmente
sucedió. Subió su música a todo volumen por unos segundos, la
bajó al mínimo, y después volvió y la subió. Era su arma, era la
forma de decirme que estaba ganado, que tenía el chance de
permanecer cuatro años más en el poder, también, de mostrarme,
de restregarme a la cara, el respaldo con el que contaba para
realizar semejante acto paleolítico. Eso era cierto.
Los gestos, la forma de
hablar, de mirar, las posturas son diferentes cuando se está en
el poder o bajo el poder. Son fenómenos primarios que nos enseña
la sociología. No importa quien sea, funcionario alto, medio,
bajo, empleado de limpieza, mensajero, casi todos sienten en su
interior esa autoridad que irradia saberse respaldado por el
poder.
El guiño triunfante
demostraba su fortaleza interior. Su poderío psicológico
indudablemente provenía por ser portador y guía, en la cama de
su camión, de la retocada fotografía de Francis Vargas al lado
del Presidente. Ambos sonrientes, un arte hecho hace meses,
mucho antes de saberse gananciosos, que no podía ser más actual
por cuanto proyectaba en sus rostros un triunfo seguro. Decidí
no mirarlo más y así lo hice.
Gracias a Dios, el
despachador de combustible fue raudo al atenderme, evité que me
arrollara una patana al salir despavorido de ese infierno
psicológico construido en un instante por mis miedos. Salí, no
sin que antes me prometiera que hablaría con el conductor del
infierno que esperaba impaciente detrás de mí. Cosa que no sé si
hizo porque no sé si sus miedos al poder son tan profundos, tal
vez hasta absurdos, como los míos.
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