MI AMIGO FELITO
Si no me equivoco, Miguel Angel Martínez,
alias Felito, es el taxista de más edad de Puerto Plata.
Aunque a este chofer curtido no le gusta hablar de su edad,
tuve la gran suerte de sonsacar a este amigo de tapujos una
información sumamente valiosa, a saber que salió a luz aquí
mismo, en esta ciudad, el 26 de noviembre del año 1926.
Por aquellos y aquellas que no ven muy bien
de quien se trata, voy a pintar en algunas palabras a este
afable y alegre octogenario, y colocarle en su lugar habitual
de trabajo.
Digamos en seguida que
Felito, el simpático Felito, es tan preciso y regular como un
cronómetro. Cada mañana, escrupulosamente a la misma
hora, es decir a las siete en punto, este incansable taxista
se presenta al Parque Central, manejando su coche de gran
cilindrada, un automóvil gris tan largo como un minibús, y
desmesuradamente ancho, un carro robusto que, a pesar de sus
veinticinco años de existencia, todavía anda bastante bien,
salvo que, cuanto más envejece, más aumenta su apetito feroz
de gasolina.
Habiendo parqueado su voluminosa y ruinosa
herramienta de trabajo en la esquina Duarte-Separación, Felito
pone pie en tierra, y va a sentarse en un banco del parque, en
espera del primer pasajero.
Felito, un conductor de estatura media,
cuyo modo de andar es tan enérgico como él de un hombre de
treinta años, parece respirar una felicidad serena. La cara
siempre aureolada con una sonrisa amable, la mirada benévola,
este trabajador impenitente experimenta un orgullo visible por
seguir sirviendo a la comunidad, a pesar de su edad avanzada.
El año pasado, la asociación de taxistas a
la cual él había sido afiliado durante mucho tiempo, juzgó que
era tiempo por su más viejo miembro que fuera a gozar de un
descanso bien merecido. Con este fin, Felito fue jubilado,
con una escasa pensión semanal.
“No puedo pararme de trabajar”, me dijo
Felito. “Toda mi vida, fui un taxista, y si de repente, me
caigo en la inactividad, voy a aburrirme como un loco. Por
otra parte, desde que mi esposa se fue al otro mundo, en lo
que va de dos años, quedarme a casa durante todo el día, no
tiene para mí nada de interesante”.
Por esta razón, el infatigable chofer no
logra detenerse en la labor. Trabaja únicamente para
distraerse. Una distracción que, en resumidas cuentas,
requiere un gran gasto de energía, pues conducir este
mastodonte que le sirve de taxi, no es un trabajo muy fácil. Y
yo sé bien de lo que yo hablo, dado que soy un pasajero regular
y fiel del espacioso y confortable taxi gris de Felito.
Primeramente, les haré notar que, a causa
de la estrechez de las calles de Puerto Plata, Felito tiene
dificultad para mover su enorme vehículo, sin rozar los carros
en estacionamiento, y sin tropezar contra el bordillo de las
aceras.
Prudente al extremo y
evaluando difícilmente los espacios por donde puede pasar su
impresionante máquina, nuestro buen taxista toca la bocina sin
tregua y, lo que puede exasperar a los pasajeros un poco
presurosos de llegar a destino, conduce con velocidad
increíblemente reducida.
Los jóvenes
automovilistas que están obligados a seguir esta gran tortuga
gris, con motivo de la exigüidad de las calles, a veces
explotan de rabia, y sueltan unas palabras bastante
irrespetuosas por “este viejo chofer chocheando que aminora el
tránsito, y haría mejor de irse al diablo”.
Actuando con sabiduría,
Felito se hace el sordo y prefiere proseguir tranquilamente con
su trabajo. Y como lo hace por cada nueva carrera, echa
un vistazo a los nubes gris que corren en el cielo, antes de
anunciar con autoridad y con seguridad en sí mismo: “ Va a
llover esta tarde”.
Créanme o no, nueve
veces de diez, el pronóstico de este meteorólogo aficionado se
revela exacto.
Email
[email protected]
Website
http://www.claudedambreville.com
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