ME ASUSTAN LOS PERROS
Cada mañana, en el
momento preciso en que el sueño está más voluptuoso, mi esposa
y yo dejamos nuestra cama mullida, para ir a caminar.
En la calle, apenas hemos dado algunos
pasos, cuando estamos acogidos, como de costumbre, con los
ladridos roncos, furiosos, y desagradables de un perro gordo,
amenazador, y feroz.
Según reza el refrán, perro ladrador poco
mordedor. Pues bien! Este dicho debe ponerse
en duda. Una vez, diez minutos después de escaparse de
la casa de su dueño, este terror ladrador volvió de su fuga con
una bolita de pelo en la boca. Este botín de caza no era nada
menos que el chihuahua negro y bien vivo de un vecino mío.
Al poco rato este perrillo desgraciado iba a
proporcionar una apetitosa comida cruda al malvado predador que
lo había capturado.
Sin embargo, dejemos a
un lado este moloso cruel, para hablar de los numerosos perros
callejeros con los cuales nos cruzamos durante nuestro paseo
matutino.
En primer lugar, les
informaré que, a menudo, a la vuelta de una calle nos
encontramos a una perra en celo, hostigada por una jauría de
pretendientes delgados, sobreexcitados, y husmeadores.
En principio, estos animales son más bien inofensivos, por la
simple razón que no les interesan los peatones. No obstante,
para no provocarlos, juzgamos preferible dejarlos el tramo de
acera sobre lo cual se desquitaban, para ir a pisar el firme.
El encuentro con esos perros me recuerda
que un perro, cuyo dueño no le permite salir de la casa, ha
descubierto un procedimiento genial para dar rienda suelta a sus
instintos: ha puesto sus miradas en un osito de peluche que él
considera como su compañera favorita. Muchas veces al día, y
en una postura significativa, el perro trata de darle al
juguete una prueba convincente de su ardiente amor.
Luego, hay el perrito de casta buena y
pura, bien limpio, bien peinado y muy vivaracho. Este
animalito se echa frenéticamente encima de todos los
transeúntes, pero sin la más mínima intención de morderles.
Esto no impide que este acceso súbito de
amistad siempre me hace sobresaltar, y me pone la carne de
gallina.
No olvidemos de mencionar los perros
sarnosos, viejos, débiles o famélicos.
Tendidos en la acera, como en el lecho de muerte, que no tienen
siquiera la fuerza de levantarse para comer o beber por la
supervivencia.
En realidad, el más
molesto de todos los perros vagabundos, es indiscutiblemente él
que se busca un dueño y que, a la vista del primero que llega,
empieza a mover la cola con frenesí. Este perro se pega a los
pasos como una lapa, y a pesar de las protestas enérgicas,
este amigo repentino rompe a lamerle los ruedos del pantalón, y
le acompaña hasta la casa. Con el fin de cargarse a este
pelmazo, estará uno obligado a recurrir a toda clase de
estratagemas.
Para poner término a este capítulo canino,
les confesaré humildemente que tengo mucho miedo a los perros.
Un miedo serval y francamente enfermizo. Y, lo que no arregla
las cosas, he notado que, la mayoría de las veces, cuando un
perro visiblemente amenazador le significa claramente a un
peatón que quisiera desgarrarle las pantorrillas, siempre
surge alguien, con unas palabras falsamente tranquilizadoras
en la boca:
“No tenga miedo. No es un perro malo. No
le va a morder.”
Muy bien, señor. Muchas gracias, señora.
De todas maneras, para
que los peatones gocen de una seguridad absoluta, cuando
caminan en las aceras, estoy persuadido que los servicios
responsables que, por supuesto, poseen unas perreras,
reiniciaran muy pronto la recogida de esos numerosos perros
callejeros que frecuentan asiduamente las calles de nuestra
agradable ciudad de Puerto Plata.
Email
[email protected]
Website
http://www.claudedambreville.com
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