LOS PLACERES DEL TAXI
Puesto que no poseo un carro, es normal que yo no tenga los
numerosos problemas inherentes al estatuto de automovilista,
como la gasolina, la placa, la licencia, el seguro contra
accidentes, las multas, las averías, el cambio de aceite, los
pinchazos, etc.
Además, he notado que la presencia de un carro en la cochera,
constituye una invitación permanente e irresistible a salir cada
minuto, y sin motivo serio.
Lo contrario para mí. Dado que no estoy motorizado, yo lo
pienso bien antes de salir de casa. Y para hacerlo, tengo a mi
disposición decenas de taxis cuyos chóferes tienen una cortesía
y una obsequiosidad notorias. Por ejemplo, de regreso del
supermercado con uno de ellos, él me lleva amablemente todas
mis fundas hasta el comedor. No pueden ustedes imaginar como yo
aprecio este servicio tan atento como excepcional.
Hablando de los taxistas de Puerto Plata, les diré que aparte de
la urbanidad y la obsequiosidad que tienen todos en común,
ellos son grandemente diferentes, por lo que se refiere al
comportamiento personal. Si no tienen ustedes inconveniente,
les voy a presentar a algunos miembros muy pintorescos de la
agrupación.
En primer lugar encontramos al chofer de taxi taciturno, que le
da al cliente limosna de su voz sólo al principio de la carrera:
Buenos días, señor. ¿Cómo esta usted, y adónde vamos? Y eso
es todo. Ni una silaba más saldrá de la boca de este taxista.
Si el pasajero trata de romper el silencio, haciendo pequeñas
preguntas, el taciturno chofer responderá con una sonrisa
discreta o un leve encogimiento de hombros, mientras seguirá
mirando fijamente la carretera, a la manera de un caballo
provisto de anteojeras.
En cambio se puede pasar de un extremo a otro si, por mala
suerte, uno se encuentra a un joven taxista flaco, nervioso,
afable, y con una sonrisa maquinal en los labios. A este
señor, le llamare aquí "el hablador". En oposición con el
precedente chofer, éste no puede pasar sin hablar. Hace
preguntas de nunca acabar, y escucha atentamente las respuestas
que se le hacen. En resumen, este hombre es una especie de
periodista fallido, que ha malogrado su vocación de hábil
entrevistador.
Sin embargo, a favor de este hablador, me he fijado en la fiel
memoria que tiene, lo que le vuelve muy simpático. Así es como,
recientemente, al montarme en su vehículo, me ha acogido con
las tres preguntas siguientes; ¿cómo va la pintura, señor,
esta usted preparando un nuevo artículo para Puertoplatadigital,
se ha restablecido la doña de la gripe? Sin duda alguna, él
había bien memorizado la conversación que habíamos tenido en el
momento de la última carrera.
Naturalmente, hay hablador y hablador. El taxista a quien voy a
presentar en seguida, habla mucho, él también, pero de otra
forma. Se trata de un señor que se complace en contar sus
sinsabores a lo largo del trayecto, pero con acentos tristemente
lastimosos. Para empezar, me ha informado de que padece el
diabetes, y que esta obligado a ponerse una inyección de
insulina diariamente. La esposa suya que tuvo una crisis aguda
del hígado, salió del hospital la semana pasada, y su hija mayor
sigue andando con muletas, a consecuencia de un terrible
accidente de motoconcho.
Es verdad que soy un hombre caritativo, y de mucho aguante, pero
estas confidencias sombrías me deprimen, y me hacen perder por
un largo rato la acostumbrada alegría de vivir.
Mirándolo bien, me gusta hacer los recorridos en taxi con un
chofer que me divierte, como este taxista chiflado por la
política. Aquel conductor se deja llevar por las pasiones,
ponderando con términos ardientes los meritos de su candidato
presidencial. Y de un manotazo, este fanático barre a todos los
otros aspirantes, tratando agresivamente a ellos de
"sinvergüenza".
Me gusta también encontrarme al señor Fragancia, un taxista
especial que se perfuma a ultranza, y cuyo carro huele a
lavanda. Este chofer me ha confesado que gasta un cuarto de sus
ingresos para la compra de perfumes. Antes de comenzar su día
de trabajo, se baña literalmente en agua de olor, y en caso de
que necesitaría un retoque en la tarde, tiene en reserva en la
guantería del coche algunos frascos de agua de colonia y de
perfume.
Todo eso se parece a un chiste, ya lo sé. Sin embargo les
aseguro que este taxista loco por el perfume existe realmente.
Si un día, por casualidad, toman ustedes sitio en su carro, no
les costara trabajo para identificarle, pues huele bien de
verdad, y el agua de olor que utiliza es manifiestamente de
alta calidad.
Para acabar, les presentaré a un taxista extraordinario, único,
sin igual. Al montarme en su coche, casi siempre me recuerda
que su taxi me pertenece, y que él mismo es mi chofer privado.
Por consiguiente, esta totalmente a mi servicio, y quiere
absolutamente que yo esté satisfecho de su prestación. Al
momento de pagar, si yo le pregunto cuanto yo debo, eso no
parece interesarle. "Eso depende de usted, señor, responde este
astuto tío. Ya que este carro le pertenece, es usted muy libre
de pagarme lo que quiera, lo que pueda.".
Y lo que es más, es él que se encarga de todas mis compras. "Más
vale hacer el mudo, me recomienda a menudo. Con el terrible
acento extranjero que tiene, señor, usted se puede hacer
desollar vivo fácilmente.
Email
[email protected]
Website
http://www.claudedambreville.com
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