Opinión

   

“LADRÓNFOBIA”

 

En mi penúltimo artículo, les aconsejaba tener cuidado con los ladrones.  Hoy, voy a hablarles de aquellos por quienes el miedo a los ladrones raya en la locura.  Estas lastimosas personas que sufren de una verdadera psicosis obsesiva, se pasan la vida en esperar angustiosamente la intrusión en sus hogares de un ladrón.

Personalmente conozco a algunos señores que padecen esta “ladrónfobia”.  Según  los rumores, cada noche ellos tratan de resistir al sueño  dentro de lo posible. Parece que desean hallarse en estado de recibir brutalmente al hipotético ladrón, y eventualmente hacer salir pitando a este indeseable visitante nocturno, disparandole una bala de pistola en el trasero.

Ahora, tengamos en consideración el aspecto económico de  aquel temor enfermizo a los ladrones.  En primer lugar, muchos de estos obsesos  hacen levantar alrededor de sus casas una pared ciclópea, coronada por un rollo amenazador de alambre de púas.  Mencionemos de paso que la locura gastada por esta muy alta pared hubiera sido casi suficiente para la construcción de una casa modesta.

Sin embargo esta obra gigantesca que se emparenta con unas fortificaciones, no llega a tranquilizar a estos “ladrónfobos”.  ¿Quién sabe?  En caso de que un vagabundo resuelto, audaz, y temerario conseguiría escalar este cercado aparentemente inexpugnable, hay que impedir a toda costa que él se introduzca en la casa.

Aquí tocamos la categoría más ruinosa de los dispositivos ordinarios de seguridad contra el robo : las numerosas verjas que se colocan delante de todas las puertas y ventanas de la casa, incluso delante de los  ventanillos y ojos de buey.  La fabricación e instalación de todas estas rejas de hierro forjado resultan casi tan dispendiosas como la construcción de otra casa modesta.

Por supuesto no voy a silenciar el aspecto estético lamentable obtenido por culpa de esas precauciones costosas.  Prácticamente todas las viviendas excesivamente provistas de verjas sencillas o complicadas, se han transformado en prisiones inhospitalarias.  Al observar bien los ocupantes de una de aquellas casas, sentados en su galería delantera, se puede notar que se parecen a un grupo de personas tristemente encarceladas detrás de unas imponentes verjas.

A este respecto, creo que prefiero la casa de un amigo mío, que forma parte de la corporación de los “ladrónfobos”. Su  morada no tiene una galería cerrada a semejanza de una jaula de fieras.  En compensación, cada puerta de madera se cierra por medio de tres cerraduras y una tranca sujetada con un candado.  Al oír tocar el timbre de la casa, mi amigo acude  con un increíble manojo de cincuenta llaves, y pierde dos largos minutos antes de encontrar las llaves necesarias.  Me creerán ustedes si les digo que este mismo amigo posee dos perros tan ladradores como mordedores, y un sistema  sofisticado de alarma que le costó un montón de dinero.

En conclusión, pienso que en materia de protección contra los ladrones, debemos tratar de guardar el justo medio.  Por un lado, no se debe olvidarse tomar ciertas precauciones inteligentes y útiles.  Por otro lado, no se debería caer en el exceso contrario, gastando una fabulosa cantidad de pesos, con el fin de convertir su casa en una ciudadela absolutamente inviolable.

 

 

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