HACER FILA EN PUERTO PLATA
A
mi parecer, a muchos puertoplateños no les gusta hacer fila y
cuando deban someterse a esta obligación, lo hacen visiblemente
de mala gana. Voy a expresar mi opinión: una fila, ya sea
india o no, es formada por personas colocadas una detrás de
otras. Pero aquí, las cosas no se efectúan obligatoriamente
así. En esta ciudad, cada vez que yo me pongo en fila, yo nunca
tardo en ver a alguien a mi derecha o a mi izquierda. A veces,
yo me pregunto si no soy yo quien, inadvertidamente, se ha
desviado un poco.
En lo tocante a la fila, creo que existe la intención. Sin
embargo, la intención sin una onza de buena voluntad no basta
para obtener filas razonablemente rectas, como todas las filas
del mundo, y no en zigzag como un slalom.
Un día, haciendo cola en un banco, no pude abstenerme de
dirigirme a la persona que estaba a mi derecha, en vez de estar
detrás de mí.
-
Si sigue usted andando fuera de la fila, yo le hice notar,
acabará usted por perder su turno.
Por toda respuesta, yo obtuve una sonrisa forzada que yo traduje
más o menos así :
-
Cállate la boca, so tonto puntilloso.
El minuto después, me di cuenta que yo había hecho mal en dar
una lección a mi colega de fila. En efecto, sin que yo supiera
por qué, a lo menos cinco o seis de las personas que me
precedían, comenzaron de repente a desviar hacia la izquierda,
como si quisieran evitar un obstáculo. El hombre con quien yo
acababa de hablar, tomó la revancha con aire triunfal.
- Ahora, dijo él, fulminándome con la mirada, es usted que
está fuera de la fila.
Él tenia toda la razón. Y, con el fin de no parecer ridículo o
testarudo, me vi obligado a colocarme detrás del grupito que se
había bifurcado hacia la izquierda.
Una vez, estas filas tortuosas me han ocasionado una llamada al
orden que, realmente, yo no merecía. Queriendo pagar el
artículo que yo acababa de comprar en una tienda grande de
Puerto Plata y viendo que no había fila delante de una de las
cajeras, yo me acerqué a ella sin prestar la más mínima
atención a las cinco personas que, muy cerca, hablaban
animadamente.
- Yo sé que tiene usted prisa, señor, me amonestó la
cajera, pero usted debe esperar su turno. Si todo el mundo
hiciera como usted, sería un verdadero desorden.
No respondí ni una sílaba, porque sólo el cansancio y el hambre
me habían impedido que yo abarcara la escena con agudeza. Las
cinco personas que hablaban con animación, formaban una fila muy
tortuosa y, aparentemente, no tenían prisa en absoluto por
llegar a la caja.
El concepto de fila de espera molesta algunos viejos de Puerto
Plata, que lo juzgan inútil. Una tarde, en el área de pago
de una oficina, he visto a una anciana furiosa que rehusaba
doblegarse a las exigencias de una fila interminable que,
según decía ella, iba a hacerle perder más de dos horas.
- Todo eso, fulminó la anciana, es nada más que ambición
desmesurada. La gente se encontraba tan cómoda en esta ciudad y
ya vienen a revolver nuestras viejas costumbres, con objeto de
hacer como las grandes ciudades. ¿Para qué pueden servir todas
estas piruetas mientras la caja esta aquí, delante de mí?
Nadie intentó razonar con esta mujer simplona que, en resumidas
cuentas, se puso en fila, mientras seguía refunfuñando. Un
hombre de avanzada edad, que quizás compartiera los
sentimientos de la recalcitrante, lejos de gruñir como ella,
prefirió canturrear discretamente.
Por otro lado, hay un curioso detalle que me ha llamado la
atención: El hombre o la mujer de aquí que entra en una
fila, tiene la total convicción de que el sitio que él o ella
ocupa, es su propiedad privada, intocable e inviolable. Él o
ella pueden permitirse dejar la fila en cualquier momento, sea
para ir a telefonear, para ir a hablar con alguien en la calle,
o cualquier otro motivo. No hay problema. Cuando regrese, él
o ella se reintegra la fila en el sitio exacto que ocupaba
anteriormente.
Con respecto a esta irregularidad, se me ocurrió una vez
esbozar una broma. A la mujer bonita que me había aplastado los
dedos del pie, para deslizarse con autoridad en el sitio que
ocupaba antes de salir de la fila, le dije con una voz que
intenté hacer maliciosa y cautivadora:
-Quien va a Sevilla pierde su silla.
La bella mujer me miró de arriba abajo, con mirada de pocos
amigos, que me hizo pensar que iba a prorrumpir en insultos.
Gracias a Dios, no hubo nada de eso. Me esforcé en hacerme
pequeño, y me encerré en un silencio glacial.
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