Opinión

   

EL  KARAOKE Y SUS AFICIONADOS

 15 de enero de 2008

Según un estudio que yo acabo de realizar, habría en Puerto Plata  unos trescientos aficionados empedernidos al karaoke. 

En el diccionario, la palabra “Karaoke” tiene dos significados: 

1.- Establecimiento público en que los clientes interpretan la letra de canciones conocidas con música pregrabada.

2.- Aparato amplificador utilizado en estos establecimientos que reproduce música pregrabada y dispone de un monitor en el que se lee la letra de las canciones. 

Pues bien, los aficionados al karaoke de aquí y del mundo entero dan mala vida a los millares de oyentes resignados, que no tienen más remedio que escucharles cantando. 

Para entender bien la importancia del desastre ocasionado por todos estos apasionados de la canción, tengo que decirles que entre nuestros trescientos cantores de karaoke, por ejemplo, hay apenas una centena de verdaderos talentos.  Unos hombres y mujeres, jóvenes o de edad madura, que cantan justo y lindo, y cuya voz emite sonidos divinamente bien modulados.  Escuchar a estos artistas es un infinito placer para los oídos. 

En cambio, la mayoría de los otros admiradores activos del karaoke utilizan la voz con tanta delicadeza como un carpintero que clava una tabla.  Con otras palabras, hacen mucho ruido, lastiman los oídos a los oyentes, emitiendo sin complejo y sin piedad sonidos desagradablemente falsos. 

Con estos supuestos cantadores, lo molesto es que cuanto más interpretan las canciones desentonadamente, menos se dan cuenta de su torpeza, y más regular e inevitable se hace su presencia en todos los club de noche donde funciona un karaoke. 

Dado que vivo a dos pasos de un establecimiento de karaoke, cada viernes yo me considero como el hombre más desgraciado de la tierra, por tener que aguantar el interminable concierto cacofónico de estos hombres y mujeres que cantan desafinadamente.  Las mismas voces agudas, o  chirridas, o roncas, o cascadas, o guturales, o dulzones, o aguardentosas, que vuelven indefectiblemente al micrófono, llenando la atmósfera de toda una sarta de sonidos lamentables. 

Mi amigo Florito, con quien yo despotricaba últimamente contra el karaoke, me dio a entender que él es tanto desgraciado como yo, puesto que uno de sus vecinos inmediatos idolatra el karaoke, y no vive que por esta distracción.  

Desde las nueve, cada mañana, me ha dicho Florito, su vecino cantador empieza a entrenarse febrilmente, por medio de su computadora que ha sido convertida en un verdadero karaoke casero, gracias a la añadidura de un programa eminentemente sofisticado. 

¿No esta casado, este caballero? Pregunté yo.

Si.  Tiene mujer y niños. La esposa suya esta totalmente convencida de que su marido posee una voz única, melodiosa, y fascinante, y amontonara una bonita fortuna tan pronto como tendrá la suerte de terminar y poner a la venta su primer CD.

¿Entre tanto?

Entre tanto, nada. La mujer deja su hombre cantar sin parar, y se encarga ella misma de sacar la casa adelante, con los ingresos de su colmadito.

¿Crees tu que este tipo tiene realmente talento?

Para nada.  El canta horriblemente con una voz francamente execrable. Ahora bien, yo me gano la vida a domicilio, y mis escasos recursos no me permiten insonorizar la sala de trabajo. En consecuencia estoy condenado a oír este aficionado del karaoke todo el santo día. 

Para terminar este artículo, amigos lectores, voy a relatarles lo que he leído recientemente en un sitio web de  karaoke:   

“Aunque las dos palabras japonesas “Karate” y “Karaoke” tienen un sentido propio, ellas se distinguen por un punto común evidente:  estas dos ocupaciones consisten en estropear algo. El karate estropea los huesos y los músculos. El karaoke estropea los oídos y las canciones.”

 

Email      [email protected] 
Website  http://www.claudedambreville.com

 
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