LA GRAN AUSENTE
Hermoso, era, sin duda alguna, el desfile
escolar que conmemoró el ciento sesenta y cuatro aniversario de
nuestra independencia. Fue un gran despliegue de las masas
estudiantiles puertoplateñas adornadas con el orgullo y la
cadencia conquistada por la historia de nuestra patria querida.
Marcha de libertad, marcha del futuro hecho carne, para rendir
tributo a los héroes ya idos, pero perennes en las enseñanzas de
los laboriosos maestros que se empeñan en avivarla en los
corazones del estudiantado.
Es extraño que en semejante exposición de
júbilo también se combine el sentimiento de tristeza y a veces
hasta de horror al ver la gran ausencia de bandas de música que
acompañasen a esos valiosos jóvenes de nuestras escuelas, como
es la usanza en casi todos los países educados. Estamos ante una
marcha educativa carente de educación musical, sobre todo en una
provincia que ha dado notables maestros del arte de bien
combinar los sonidos con el tiempo.
Hemos decaído hasta quedar en cueros en
redoblante y tambor, con sus monótonos “rom-pom-pones” que no
necesitan escuela para ser expresados, tan solo la disposición
de chicos que bien pudieran a su edad estar haciendo galas de
virtuosismo, pero que lamentablemente ven sus cerebros embotados
por un sistema educativo que ha relegado el idioma universal de
la música a los rincones de la ignorancia.
No es tan difícil enseñar o aprender la
música escrita y ejecutada. Es solo que hemos cometido el pecado
de la indiferencia y la dejadez. Tenemos la creencia de que la
música es un asunto de dos o tres locos desmelenados, o quizás
pensamos que es algo para los ricos sin oficio, piezas de
museo. Estamos cometiendo un error sin precedentes al criar ya
varias generaciones carentes de espíritu y de inspiración. No es
de extrañar que los países más destacados en el desarrollo de
sus individuos y por ende de sus sociedades, también sean países
en los que se enseña música de forma curricular.
Pero seguimos cegados en los bandereos, en
la comidilla política de todos los días, en la baba demagógica
que entretiene, y nadie levanta su mano para que salgamos del
letargo existencial en el que nos hemos sumido. Hemos condenado
a los maestros de música al exilio y a la inanición. Nos hemos
conformado con los ritmos más primitivos y rastreros
coronándolos como grandes piezas que adornen las fiestas de una
nación; una nación que conoce más sobre el palé y la banca de
apuestas, pero que no entiende qué carajos es un oboe ni para
qué sirve la clave de sol.
¡Pobres estudiantes! que desfilaron como
vacas uniformadas, arreadas por los estrépitos de tambores sin
propósito, sin una canción, sin un himno a los Padres de la
Patria; sin armonía de labios ni de instrumentos para festejar
las glorias de los héroes; sin tan solo un cántico que
distinguiera su escuela de las demás. ¡Oh tubas! ¡Oh clarinetes
de mi alma!, ¡Oh saxofones y trombones de la esperanza
languideciente!, ¡Oh sempiternas notas de trompetas sin músicos!
¡Oh melancolía de liras sin público! Asistidme en este momento
en el que fenecieron ante el mar los talentos estudiantiles, la
música y sus maestros. Llora mi alma con rítmico acento.
caramand.blogspot.com
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