Opinión

 

"CASOS, RUMORES, MENSAJES Y ALGO MÁS"

DETENIDOS EN EL TIEMPO

Puerto Plata ha cambiado mucho en los últimos doce años. Recuerdo que cuando vine para quedarme todavía muchos negocios cerraban temprano en las noches, por lo que, a menos que bajaras al Malecón o te fueras a algún hotel de Playa Dorada, difícilmente conseguías actividad nocturna.

Pero ¿Qué decir de la cantidad de vehículos que ahora pulula en nuestras calles? Hace tan sólo unos cuantos años que no había tantos. Modernas construcciones, gente de casi todas las nacionalidades, actividades importantes, buenos planteles educativos, en fin, vamos cambiando.  La pequeña ciudad se vuelve grande. Atrás va quedando la melancolía para dar paso a flujos interesantes, fuertes, agresivos. Gente con mentalidad más moderna (a pesar del motoconcho)  y mucho deseo de superación. Eso sí. 

En contraste con la descripción anterior, que ha procurado ser un enorme globo que, a grandes rasgos, pinta nuestro avance, encontramos una pequeña espina que lo revienta y nos manda otra vez a los tiempos de las comarcas y de los caminos vecinales; a las épocas de las carretas y los sombreros de Panamá.  Y es que es tan notorio que, en materia de entierros de nuestros queridos difuntos estamos todavía en el puerto de origen.

Nadie puede explicar con certeza por qué en Puerto Plata, cuando alguien muere, tiene que ir el gentío a pie y los pobres deudos caminando en la más terrible muestra de dolor, calor, subidas de presión y sobre todo, deteniendo la vida de todo aquel que anda en diligencias, que va a su trabajo o que regresa de él; de el que va con alguien enfermo y de el que va a los compromisos que la vida ha puesto sobre sus hombros. 

Es penoso que alguien respetuoso de los demás, que nunca procuró el mal de nadie, tenga que ser despedido, precisamente enajenando el derecho de los demás al libre tránsito. Nadie ha pensado que al muerto nunca le hubiera gustado esta exhibición. 

Hay que sacar de la mente el pensamiento pueblerino de que “al que lo llevan rápido al cementerio es porque casi no lo querían”, pues el desfile inconsciente no es del muerto, sino de los que lo llevan, los cuales no logran más que exhibirse a sí mismos y pretender que los demás crean en ese amor que muchas veces no es más que el remordimiento por el descuido ante una madre anciana o un pobre padre enfermo. O quizás un hijo al que nunca pusimos freno, o tal vez una hija a la que nunca prestamos atención. Quién sabe.  Lo cierto es que funerarias hay, y cementerios también hay en donde poder sacar los sentimientos y llorar como Dios manda sin que con ello tengamos que arruinarle la vida al prójimo.  

Sería bueno un poco de reflexión a este respecto. Por mi parte y sin ánimos fatalistas, he dado instrucciones para que no le sea yo molestia a nadie en vida y mucho menos en mi camino al sepulcro.  He dicho. 

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