Así las cosas, queda la educación privada; pero allí también es posible percibir dos realidades: la de los pequeños colegios de poca o mediana calidad a los que asiste la clase media pobre, y los centros de las clases altas.
La educación dominicana viene a ser, de ese modo, un reflejo de la realidad social y económica del país, con escuelas y escuelitas para pobres y excluidos, y centros o colegios privados para las clases pudientes o más o menos pudientes.
La calidad del acto educativo, por lo tanto, gracias a la vocación improvisadora y al compromiso de nuestros gobiernos con el estatus quo, también reflejará esa misma realidad.
Desde que el secretario de educación de Trujillo llamado Joaquín Balaguer, puesto al servicio de los sectores más atrasados y conservadores de la República Dominicana, decidió desmantelar la escuela hostosiana, la educación pública dominicana fue dejada al garete y así continúa .
Cada presidente y cada secretario apelan a lo que les parece que debe ser el modelo educativo a poner en marcha, desde el idealismo y el pragmatismo más variopintos y conservadores con que se buscó sustituir al inolvidable Hostos, pasando por el estructuralismo, el constructivismo o cualquier otra moda, hasta llegar ahora a las propuestas de Deanna Kuhn que—se nos informa—serán puestas en experimentación en algunos centros públicos.
Y así vamos, definiendo –e imponiendo— cada presidente y cada secretario el sistema educativo y el modelo de ciudadano, de ciudadana y de ciudadanía que cada uno tiene en su mente. Y así por décadas, el uno por el otro y la casa sin barrer.
Y sin educación liberadora no hay progreso liberador sino prácticas reproductoras del mismo esquema de dominación y de exclusión al que parecen tan bien acomodados nuestros gobernantes.