VALORES TÓXICOS EN TELEVISIÓN
Viernes 18 de Septiembre de 2009
Existe una amplia sensibilidad en la sociedad civil
y en la vida política de nuestro país hacia los problemas que crea la
contaminación ambiental. Esta sensibilidad ha generado una demanda
popular para que las autoridades públicas, en nombre de todos,
intervengan para evitar la contaminación atmosférica tomando medidas
preventivas. Un tipo de contaminación que no tiene todavía mucha
atención mediática en España y, por lo tanto, no ha tenido la suficiente
prioridad por parte de la clase política ha sido un tipo de
contaminación en la que la televisión es parte del problema. Me estoy
refiriendo a la contaminación de valores tóxicos, es decir, valores que,
distribuidos y promocionados a través de la televisión entre la
población, crean patología. Los programas televisivos (y muchos otros
medios también) promueven constantemente valores que son dañinos para la
población. Entre ellos, los más destacados son la violencia, el racismo,
el machismo, el erotismo manipulador, la competitividad darwiniana
exagerada, el miedo e inseguridad y otros mensajes que la literatura
científica ha mostrado claramente que crean gran número de patologías.
Según un análisis del contenido de los programas
infantiles de las tres cadenas televisivas más importantes de EEUU (CBS,
ABC, NBC), realizado por investigadores del Instituto de Higiene Mental
de la Escuela de Salud Pública de The Johns Hopkins University, tales
programas contienen un número muy elevado de actos violentos, mayor, por
cierto, que el existente en los programas para adultos, los cuales
presentan violencia física de una persona a otra en cantidades también
consideradas excesivas. Tal estudio documentó también que existe una
relación clara entre comportamientos violentos y el grado de exposición
a programas televisivos violentos. La evidencia científica es
incuestionable. Tales programas están contribuyendo a crear una cultura
que fomenta la violencia, en la que esta se trivializa e incluso se
presenta como atrayente y sugestiva. Otro ejemplo de promoción de
valores tóxicos (es decir, que crean patologías) es el estudio llevado a
cabo por investigadores de medios de información de la Universidad
Pompeu Fabra, realizados en los años noventa para el Instituto de la
Mujer de la Generalitat de Catalunya, que analizó la manera en que las
cadenas televisivas en Cataluña proyectaban a la mujer en sus programas.
Tal estudio, que nunca se publicó ni se distribuyó, mostraba una visión
machista de la mujer, enfatizando una imagen de esta como objeto de
deseo y placer para el hombre, acentuando su proyección erótica. Así,
las presentadoras de programas televisivos, incluyendo los noticiarios,
tenían que aparecer sexys, jóvenes y muy escotadas, contrastando con la
manera más formal y discreta de vestir de los presentadores varones, que
no aparecían nunca escotados. Esta situación no ha cambiado. Estos
estereotipos –de lo que tienen que ser el hombre y la mujer– crean
frustraciones y tensiones. Un estudio realizado por el Instituto de
Higiene Mental de The Johns Hopkins University, antes citado, analizó la
proyección de la mujer en las cadenas de televisión en varios países de
América Latina, Europa y Norteamérica y mostró que a mayor machismo en
la cultura de un país, más escotadas y sexys aparecían las mujeres en
los programas de televisión (incluidas las presentadoras de
noticiarios). Las más escotadas eran las de América Latina y el sur de
Europa, y las que menos las del norte de Europa y de EEUU. Este
estereotipo de mujeres como objeto de deseo crea patología. Y la
evidencia de ello es abrumadora. Promueve una imagen de la mujer en la
que se identifica belleza y atractivo con mujer joven, que atraiga
eróticamente al hombre. Esta definición normativa crea gran frustración
en aquellas mujeres (la mayoría) que no encajan en los parámetros de la
norma de belleza. Un ejemplo más de tal contaminación tóxica es la
competitividad darwiniana de muchos programas televisivos, que ensalzan
al vencedor a costa de derrotar al perdedor.
Muchos programas que se definen como “programas
basura” son, además de basura, nocivos y tóxicos. Soy consciente de que
la respuesta a este artículo será que estoy exagerando el impacto de
tales programas en la cultura popular. Pero la mejor prueba de que no
exagero es que la propia industria televisiva cobra barbaridades para
que aparezca un anuncio de sólo un minuto en los espacios televisivos.
Estas reflexiones vienen a cuento de la publicación del cuarto informe
anual del Código de Autorregulación de Contenidos Televisivos e
Infancia, que cubre las denuncias recibidas sobre la programación
infantil. Es sorprendente el escaso número de denuncias. En Cataluña, el
número de denuncias es sólo de 125 al año, cuando, de haber una mayor
concienciación del problema, debiera haber muchos más. En realidad, la
Asociación de Telespectadores Asociados de Cataluña ha publicado un
informe muy crítico sobre los programas televisivos, por su falta de
sensibilidad hacia la adecuación de tales programas para los infantes y
jóvenes. Dudo, sin embargo, que la autorregulación resuelva este
problema. Lo que se requiere es un mayor intervencionismo público, que
elimine tanta contaminación de valores. Las cadenas de televisión, sean
públicas o privadas, utilizan el aire –un bien público– para su
transmisión. De ahí que las autoridades públicas tengan toda la
legitimidad para intervenir y proteger la salud e higiene mental de la
población. Si es aceptable prohibir que se promueva fumar en los
programas de televisión, debiera ser igualmente aceptable que se
prohíban comportamientos y actitudes tóxicas que dañen la calidad de
vida de nuestra población.
Fuente:
www.rebelion.org
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