UN RUIDO QUE SÓLO BUSCA CALLAR
Por: Ramón Tejeda Read
Miércoles 29 de Abril de
2009
“Los ruidos tienen a la población al grito”,
titulaba en grande el diario El Caribe el pasado lunes.
“Muchas leyes no logran acallar ruidos. Aunque la
legislación prohíbe la bulla, en la práctica no se aplica y la población
está indefensa ante la violación de su derecho a la tranquilidad”, decía
el martes el mismo diario.
¿Cuánto podrían aumentar las recaudaciones de los
ayuntamientos sólo con las multas por la violación a las leyes contra
los ruidos, para sólo mencionar un caso? Mucho, probablemente.
Pero hace tiempo que nuestras autoridades
municipales se dedicaron a esperar que el gobierno provea y para eso no
hay que conocer de leyes ni preocuparse por la ciudadanía que, a pesar
de todo, las elige.
La plaga de los ruidos afecta a los niños, a los
ancianos y a los jóvenes que tienen que abandonar sus casas y sus
barrios para irse a estudiar lejos de la barahunda.
Afecta a los enfermos robándoles su derecho a la
tranquilidad para la recuperación y enferma a los sanos tornándolos
irritables, nerviosos y propensos a comportamientos impredecibles.
Pero como nadie lleva estadísticas de los males
provocados por esa barbaridad, y como los principales afectados por ésa
y todas las demás desgracias del modelo social que nos gastamos son
principalmente los pobres, entonces, como dice el cuento aquél, “que
siga el entierro”.
Refocilándose como viven nuestras autoridades en
PIB, en IPC, en “governanza” y en “modernidad” no advierten que a quien
se está “enterrando” es a toda la sociedad.
Que el problema de los ruidos es el síntoma de un
mal mayor.
Un mal que se expresa en comunidades abandonadas a
la desidia; llagadas de desempleo; faltas de oportunidades; con pésimos
niveles de educación y heridas de analfabetismo; carentes de
organización social para la participación; excluidas de la agenda
nacional; con calles sin asfalto; sin espacios para la recreación y la
creación; sin escuelas ni bibliotecas y condenadas por las
desigualdades, el autoritarismo y la verticalidad del modelo de gestión
que se nos vende.
Todo el ruido que padecemos no busca sino acallar
esa tragedia social.
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