UN PLEITO PERDIDO
Por: Roberto Rodriguez
Marchena
Viernes 14 de Noviembre de 2008
Algunos hombres -demasiados todavía- y las
creencias violentas que los amparan, no se acaban de dar cuenta que
tienen un pleito perdido con las mujeres.
Por más que se resistan a reconocer, mujeres y
hombres tienen y seguirán teniendo iguales derechos. Y que tal igualdad
obliga respeto.
Deberían entender que lo mejor que pueden hacer
ante la situación de derechos, libertad y soberanía que el Estado y la
Sociedad les reconocen a sus madres, hermanas, esposas, novias , hijas,
amigas y compañeras de trabajo mejora la convivencia y es un elemental
acto de justicia y humanidad y como tal acogerlo.
Sin embargo, unos cuantos andan todavía como
bestias guerreándose contra las mujeres, desperdiciando la oportunidad,
placentera, divertida y enriquecedora, de llevarse y tratarlas bien. Son
trucutús con celular. Aislados dentro de una cultura y creencia
troglodita han estado ajenos a la evolución que ha beneficiado al
conjunto de la sociedad y sus instituciones. Se han quedado atrás,
rezagados.
Son unos anormales que llaman la atención de
vecinos, familiares y compañeros de trabajo y preocupan porque son
agresivos y dañan vidas ajenas.
Agreden verbal y físicamente, despechados matan.
160 mujeres han asesinado en lo que va de año en República Dominicana.
Todo porque la mujer dejó de quererlo –así como un día lo quiso- o
quiere a otro o simplemente porque prefiere estar sola porque ya no se
entienden.
No acaban de enterarse o de aceptar que la sociedad
en la que viven decidió no permitir excluir a las mujeres del respeto,
cariño, participación; que decidió condenar y castigar a quienes las
tratan como muebles de su propiedad o servicios a su disposición. Y que
a los demás hombres y mujeres, nos resulta desagradable, repugnante, ser
testigos del irrespeto y desconocimiento a los derechos de las mujeres.
Otros, todavía, desde particulares maneras de vivir
su religiosidad y espiritualidad, quieren imponer su manera de ver y
vivir el amor, la sexualidad y la vida familiar al conjunto de los
ciudadanos y ciudadanas, desconocer el derecho soberano de las mujeres
sobre sus cuerpos, negarle el derecho a las mujeres a decidir cuando
tener los hijos que desea y puede tener y el derecho a disfrutar su
sexualidad sin riesgos de embarazos no deseados o de enfermedades de
transmisión sexual.
Hay mucha gente consternada y preocupada ante la
creciente violencia que arrebata la vida o la paz, libertad o
tranquilidad a tantas mujeres; lo importante es que la sociedad y el
Estado no retrocedan y que el gobierno como poder ejecutivo haga más
ágiles y efectivos los mecanismos de educación, prevención y protección
de la violencia, y la sociedad y el poder judicial condenen con
severidad y ejemplaridad a los trucutús y creencias violentas que dañan
la convivencia.
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