Si algo tenemos que reconocer al Dr. Peña Gómez es el haber sido el último liderazgo doctrinario del Partido Revolucionario Dominicano. Y quizás el único.
A él se debe, probablemente como medida de autodefensa, el haber hecho la más amplia difusión de las posiciones de la socialdemocracia internacional y de cumplir un importante papel en la denuncia de los regímenes dictatoriales y autoritarios de los años setenta y ochenta patrocinados en Latinoamérica por los EE.UU. y las oligarquías nacionales.
Pero desde entonces, el PRD ha venido transitando por un proceso de crisis institucional incesante. Los grupos internos rivalizaban de tal manera que sólo el liderazgo fuerte de Peña podía contener, mas no resolver, la confrontación de intereses grupales. Y lo hacía arbitrando un reparto de los poderes partidarios y gubernamentales. Y doctrina aparte. A cada reparto, su acomodo normativo. Y entre reparto y reparto, esfuerzo y angustias, le abandonó la salud. Y la vida, también.
El Partido se había convertido en una conjunción de grupos desideologizados, inspirados más bien en la conquista del poder para el reparto y la mejoría individual de los agrupados. La doctrina del igualitarismo y la distribución equitativa de la renta nacional desapareció de sus postulados. El éxito como ideología de los triunfadores económicos y sociales, la empresarización, pasa a constituir el nuevo soporte discursivo. Y los perredeístas, en masa, han ido migrando de las prédicas sociales, políticas e ideológicas del Dr. Peña Gómez al mundo de las anécdotas personales, las posesiones y habilidades gerenciales de los nuevos líderes y al pregón de una “eficiencia tecnocrática” dudosa. Y como cemento para la nueva estructura partidaria, la corrupción, nuevo elemento de cohesión.
El funeral de la ideología se ha consumado.
Únicamente esto puede explicar que gente de extraordinarias condiciones y preparación política y moral, como Milagros Ortiz digamos, hayan sucumbido en sus intentos de orientar y conducir al PRD por un camino distinto.
Ahora, el poder económico, el marketing y las encuestas sustituyen el voto universal de los miembros del Partido. El Presidente llega por aclamación y no por las urnas como establecen los estatutos. Todos saben que busca la candidatura presidencial en el 2012 y que los estatutos prohíben aspirar desde la presidencia partidaria. Un Nuevo acomodo normativo está en marcha. A cada nuevo líder sus estatutos.
Y sus lugartenientes preferidos, en la secretaría general y en organización. Se prefiere sin votos, por aclamación, aunque parece temerario. Es una etapa llevada, a tientas, bordeando la institucionalidad partidaria. Cuidándose del amotinamiento tradicional.
Un nuevo partido está emergiendo, doctrinalmente antipeñagomista, amparado en una visión tecno-empresarial y antipolítica en su médula.