Cierto. Por más que le digan y le vendan, no es cierto que vayamos hacia atrás. Hay instituciones donde el giro es no sólo notable, sino además irreversible.
Hasta hace poco, el Archivo General de la Nación era un almacén de documentos pudriéndose en el calor y la humedad de nuestro trópico y en la indolencia de gobiernos incapaces de comprender que instituciones como el Archivo Nacional son indispensables a la hora de hablar de desarrollo de un país.
Extranjeros y nacionales no salen del asombro al ver lo que ha ocurrido desde que el gobierno instaló allí y dio su apoyo al historiador Roberto Cassá y a su equipo de colaboradores.
Donde antes había montones de papeles deteriorándose e impedidos de servir a la construcción de la memoria nacional y al avance de la investigación científica en nuestro país, hoy florece una institución sin dudas paradigmática y diciéndonos cuál es el camino que deben seguir todas instituciones.
Cierto. Ya el edificio resulta pequeño. El anexo necesario todavía no se termina.
Pero hay allí un trabajo incesante de hormiga; un ajetreo permanente de servicio a la comunidad investigadora —desde el humilde estudiante de cualquier nivel, hasta el consumado investigador de aquí y de allá—; una profusión de cursos de capacitación, de actualización y de especialización; un adquirir de equipos modernos para mejorar servicios y recuperar y proteger la información; una concreción de acuerdos con instituciones nacionales e internacionales que no cesan.
Es decir, hay una revolución en marcha en el Archivo General de la Nación, una institución adonde se puede ir a comprobar todo lo bueno que ocurre cuando el gobierno coloca a la gente correcta en el lugar adecuado.
El montón de papeles en deterioro es hoy una institución de servicio a la comunidad que hace crecer al país y a ella deben ir todos los servidores públicos a ver lo que deben hacer con los recursos que el gobierno pone en sus manos.