UNA PALABRA CIMARRONA
POR SARA PEREZ
READIGNG, PA.-Hay muchas cosas que son simplemente perfectas. El agua,
que incolora, inodora e insípida consigue ser la bebida más deliciosa
que hay sobre la faz de la tierra. La mecedora, un mueble que desborda
todo parámetro del concepto del lujo. La hamaca, que Adán y Eva
sustrajeron del Paraíso cuando se hicieron expulsar allí, alarmados por
el voyerismo de Dios. El aguacate y las arepitas de yuca, que
transforman toda comida mediocre en una experiencia gourmet.
El vino, la única criatura del universo que no
miente jamás. Las rosas, las orquídeas, los sauces. El remoto y
exquisito sabor a escoba de un hombre que se ha dejado crecer las barbas
por seis días y que no hace el amor con la desoladora laxitud de un
intelectual, sino con el galopante entusiasmo de un obrero de la
construcción.
Una cama vestida con frescas y suaves sábanas
blancas de algodón egipcio, con olor a lavanda. La estoica indiferencia
con que los gusanos, ratas, cerdos, hienas y buitres toleran que los
comparen con determinados políticos.
La sonrisa de un bebé. La gracia de todos los
cachorros de animales, desde los burritos hasta los ballenatos. La
magnificencia de una pantera o de una mariposa. El olor del pan
horneándose. El discurso estético de una hoja de plátanos. El caviar
Beluga, que sabe a semen. La airosidad de una columna jónica. Por
cierto, que las columnas aplastadas en la arquitectura de Diandino en
los gobiernos peledeístas son las más feas del mundo. Parecen
inspiradas en las líneas estilísticas de los tanques de la basura.
Pero sigamos con las bondades del universo y no con
sus minusvalías.
El mango. Los nísperos. El concón. Los cocos. La
textura de la seda, el color del lapislázuli. Los zapatos de Manolo
Blanik. La poesía de Neruda. Las cosquillas de un bigote extraviado
entre los vericuetos de un abismo demandante y acogedor. Los colores
del otoño. Las hojas que arrastra el viento. El sol que se filtra entre
los árboles en primavera. La nieve. Los petirrojos. El café. Las
bienvenidas que dan los perros. La autoestima de los gatos. La dignidad
de los caballos. Andrea Bocelli diciendo: “Te extraño cuando la aurora
comienza a dar colores”.
Y hay palabras tan perfectas como el agua, los
caracoles y los tulipanes. Algunas son profundas, mullidas y tiernas
como “mamá”; otras son alegres y musicales como “coco”, o van pintadas
pintadas en profusión de colores como “champola”. Hay palabras
impecables en su áspera grosería como “puerta” o lujuriosas, como
“zapato”; minerales, como “vida” u orgánicas, dulces y brillosas, como
“puta”.
En ese renglón de las palabras perfectas los
dominicanos y dominicanas hemos hecho numerosos aportes que no han sido
adecuadamente celebrados. Creo que el más brillante es el
dominicanismo “ toto”, una construcción acolchada, suave y tibia,
pero de fuerte personalidad, exactamente igual al sujeto bautizado con
ese nombre. No es extraño que los cubanos nos disputen la creación del
término, asegurando que se trata de un cubanismo. La palabra tiene un
sonido de tambores. Quizás escapó de un bembé, de esos en que se recrea
el movimiento de las olas marinas para convocar a Yemayá.
De todas formas y sea quien sea el responsable del
invento, se trata de una palabra suculenta, que a pesar de lo dulce,
nunca ha dejado de ser sediciosa. Es el más universal de todos los
grafitis dominicanos y estoy segura de que en el país se comenzó a
escribir “toto” en las paredes, (especialmente en las de los baños de
sitios públicos) antes que “Balaguer asesino” en las calles de las
ciudades.
Creo que una cosa llevó a la otra, así es que tal
vez sea conveniente sacar otra vez de los closets la palabra “toto”, a
ver si la gente se sacude el amemaniento político que la afecta.
Publicado con autorización expresa de los autores.
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