EN BELEN CON LOS PASTORES...
Ramón Tejeda Read
14 de Agosto del 2008
Una formidable escritora española, Ana María
Matute, llamaba la atención hace un tiempo sobre eso que algunos llaman
con cierto desdén cuentos infantiles.
Hablaba de cómo esas sencillas historias retratan
de cuerpo entero el hambre atroz, las penurias, la exclusión en que
vivían las mayorías empobrecidas de la Europa de hace siglos.
La historia de Hansel y Gretel, por ejemplo, decía
Matute, no es sino la de dos niños abandonados por unos padres que no
podían mantenerlos en medio de la hambruna.
Hans Christian Andersen, por su parte, será siempre
venerado como el autor magistral de unos cuentos que de infantiles
tienen muy poco.
El desorden, la miseria, los prejuicios y todas las
lacras de la Europa de hace 200 años desfilan por sus cuentos en apenas
unas cuantas frases, destellos fulminantes de genialidad.
Uno de ellos, El Ruiseñor, es una crítica
apabullante a los gobernantes de la suya y de todas las épocas y nos
viene de perlas en este momento.
Unos cuantos párrafos describen el boato, la
opulencia y la idílica "perfección" en que viven el emperador y toda su
corte sin que ninguno (salvo una ayudante de cocinera) se entere de un
fenómeno que ocurre en su mismo jardín: la presencia de un ruiseñor cuyo
canto embriaga a los visitantes.
Los campesinos pobres, los pescadores humildes,
sabían del ruiseñor cuyo canto les consolaba de las durezas del trabajo
y de la miseria y los turistas escribían libros diciendo que aquel
ruiseñor y su canto eran lo más admirable en los dominios de aquel
emperador. Pero ni éste ni su corte sabían nada.
Lea de nuevo a Andersen y a los cuentos clásicos
usualmente tenidos a menos por infantiles; lea, por ejemplo El Ruiseñor
y eche un vistazo a nuestro país a ver si lo descrito por aquel danés
inolvidable no nos ocurre ahora mismo:
TODO EL MUNDO conoce de colmadones y vehículos de
nuevos ricos que hace años no dejan dormir a los barrios; de grupos que
han prostituido las fiestas patronales; de pandillas que extorsionan a
mujeres, ancianos, a haitianos, a indefensos de todo género y a todo el
que ingrese en sus cotos.
TODO EL MUNDO sabe que esa situación—muy
relacionada con el tráfico de drogas y toda delincuencia—no puede ser
posible sin la complicidad de autoridades que cosechan su parte del
botín.
TODO EL MUNDO sabe, menos el gobierno y sus
funcionarios que están, como dice el pueblo, "en Belén con los
pastores".
Han tenido que ocurrir una masacre en Baní y la
denuncia responsable del Senador de Peravia para que las autoridades se
enteren de que al país lo está pudriendo la droga, que no es más que
otro resultado de la miseria, el abandono, la falta de oportunidades, la
falta de instituciones, la corrupción y la exclusión en que malviven más
de cuatro millones de dominicanos y dominicanas.
Mientras vivamos, como el emperador de Andersen, en
el mundo encantado del crecimiento del PIB y del "e' pa'lante que vamos"
que el pueblo ya repite con sorna; mientras creamos que es posible
gobernar de espaldas a la gente y sin dar participación organizada a las
comunidades en el gobierno del país y del Estado; mientras se crea que
es posible hacerun buen gobierno dando la espalda a la corrupción
institucional, despertaremos sorprendidos por cada nueva masacre, cada
cierto tiempo, incapaces de ver la masacre pequeña, casi silente, pero
devastadora, que ocurre día a día.
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